29 mar. 2024

Mutantes eunucos

Aedes aegypti. El culícido empezó a separarse de la mosca de la fruta hace unos 250 millones de años, y creó su propia especie apenas unos cien millones de años después. Ya hacia fines del siglo XIX remitía al camposanto a uno de cada diez trabajadores del canal de Panamá, hasta que el cubano Carlos Finlay lo señaló con el dedo acusador, responsabilizándolo de trasmitir el virus de la fiebre amarilla.

El investigador caribeño solo se ganó la burla de sus colegas y un zumbido despectivo. Una década más tarde, sin embargo, una comisión médica demostró que Finley tenía razón; ese insecto aparentemente inofensivo, aunque terriblemente molesto, era el nexo insospechado entre los enfermos portadores del virus y los trabajadores sanos; lo que en términos epidemiológicos se conoce como el vector.

Arrancó así, oficialmente, una guerra sin cuartel entre los seres humanos y este díptero de los que se conocen hasta hoy 39 géneros y 135 subgéneros (la ideología del tema le tiene sin cuidado). La contienda llegó en la actualidad al campo de la genética. Investigadores ingleses lograron mutar al zancudo produciendo un macho con una falla genética que reduce sustancialmente su capacidad de procrear. Estos eunucos mutantes están siendo utilizados ya con bastante éxito en algunos estados brasileños en donde la población del Aedes se desplomó.

Pero la contención primaria del enemigo, en los países donde lograron hacerlo, se dio gracias a una cuestión mucho más básica; la generalización de los servicios; la provisión de agua potable, el alcantarillado sanitario y la recolección y disposición final de la basura. Fue esta combinación la que redujo al mínimo los criaderos del insecto. A eso le sumaron medidas prácticas y simples, como el uso de telas metálicas para proteger puertas y ventanas, y la adopción del mosquitero como un decorado infaltable en las camas.

Esto lo hicieron desde inicios de la primera mitad del siglo pasado. Mientras tanto, en el país de la sopa dura, espantábamos los mosquitos con una mano y con la otra sujetábamos firmemente el tereré.

Y, como era de esperarse, la incursión furiosa del “odioso de Egipto” no hizo sino desnudar nuestras precariedades decimonónicas. Repasemos. Apenas el ocho por ciento de las familias de la capital tiene desagüe cloacal (ni hablar del resto del país) y no existe una sola planta de tratamiento de aguas negras. Nuestros desechos biológicos oscurecen las napas freáticas y contaminan ríos y arroyos. Más de la mitad de la población carece de agua potable y la porción que tiene el servicio soporta cortes endémicos en verano.

La recolección de basura está a cargo de municipios concebidos más como reparto de cargos electivos que como instituciones con capacidad de resolver los problemas de la vida urbana. La mayoría de las empresas responsables de la recolección fueron montadas en connivencia con el intendente de turno y la porción minúscula de mercado que les corresponde hace imposible que puedan desplegar una inversión razonable como para pretender ser mínimamente efectivas en su trabajo.

Los agujeros del sistema lo cubren los “carriteros”, cuya función es trasladar los desechos de las casas al baldío más cercano.

Hay ocho millones de cubiertas usadas en el país y toneladas de autos convertidos en chatarra en las comisarías, pero a ningún burócrata se le ocurrió montar una planta recicladora para convertir esa montaña de basura en insumos para la industria. Esos insumos se exportan, y a muy buen precio.

Esto es solo un repaso menor. No es que no nos hayamos preparado para esta epidemia de dengue, no estamos preparados para ninguna epidemia ni contingencia que requiera que actuemos como un país organizado. El problema no es que la gente se volvió cochina de repente, es que nuestro Estado, compuesto de municipios cachivaches, gobernaciones que gobiernan nada y una Administración Central desordenada, colapsada y atestada de planilleros, no fue concebido para resolver los conflictos de la vida en comunidad, lo montaron para contratar gente.

En realidad, no es imposible salir del entuerto, pero requerirá de mucho tiempo y un esfuerzo titánico. Mientras tanto, ocultémonos de los mosquitos y roguemos por una nueva invasión brasileña, esta vez de mutantes eunucos.

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