Vaya trayectoria meteórica la de Mirta. De ignota maestra de una escuela parroquial subvencionada de Itapúa a celebridad de la prensa internacional en menos de un año y medio, Mirta lo tuvo claro desde el mismo momento en que ganó el tío. Su lugar estaba en Asunción, cerca del poder. Pronto ganó notoriedad por las peleas con su madre, la Primera Dama, por las críticas contra el círculo palaciego, por sus ironías contra Marcial Congo.
Pero Mirta estaba para cosas mayores. Deseaba flashes, reconocimiento e importancia. No tardó en ingresar al mundillo social de empresarios y faranduleros. Logró fotos de escándalo en una fiesta de Zuny Castiñeira. Era una época en que se llevaba muy bien con esa familia y la revista Zeta le dedicaba notas de tapa. Ya entonces, Mirta tuvo el primer roce verbal con su tío Fernando. Lo trató de hipócrita, por haber tenido hijos siendo obispo. Es que estaba enojada porque el presidente había dicho que “a veces, los pacientes son los peores”, luego de que se conocieran manejos poco transparentes en el Despacho de la Primera Dama. Pero era solo el comienzo.
En setiembre pasado hizo cuestión de que su presencia en la concentración por el aniversario del Partido Colorado no pasara desapercibida a los fotógrafos. Al mes siguiente se mostró muy cercana a uno de los oferentes en la licitación de la quiniela. Cuando éste no ganó, dijo que el concurso fue amañado y acusó al abogado Marcos Fariña y a Zuny Castiñeira de influir en el resultado. Para entonces ya había olvidado la amistad que tenía con ésta e, incluso, la denunció de amenaza de muerte. De paso, torpedeó a todo el entorno de Lugo asegurando que sabía de licitaciones arregladas, compras fraudulentas y extorsiones.
A esta altura, Mirta ya tenía un lugar asegurado en la prensa, que nunca deshecha a alguien cercano al poder y con lengua larga y denuncia fácil. Pero tampoco eso le bastaba a Mirta. En octubre arremetió contra su cuñada Lourdes Altamirano. La acusó de cajonear expedientes en el dichoso Despacho de la Primera Dama. “Es solo mi cuñada, no es mi sangre”, dijo Mirta, en sabio descargo. Tampoco era su sangre Carlos Mateo, el siguiente denunciado. El director de Itaipú se defendió contando que Mirta estaba interesada en el resultado de algunos concursos de servicios para la binacional y que los resultados no la favorecieron. Días después le tocó el turno a Miguel López Perito, acusado de nepotismo.
Su creciente fama la animó a más. Consideró oportuno revelar un secreto guardado por toda la familia por más de dos décadas: la cuarta hija de Lugo era la mujer que se casó días atrás. Escándalo con repercusión internacional que llevó el nombre de la, hasta hace poco desconocida, maestra a la prensa del mundo. Ahora sí se hacía justicia con ella. Solo que, llevada por el entusiasmo, también dijo que Juan Arrom estaba presente en la boda -algo mucho más difícil de creer-, de atacar a Camilo Soares y de denigrar a su otro tío, Pompeyo, de quien dijo que “ni su empleada le ha de votar”. Demasiado, incluso para ella. Fue entonces que tuvo una especie de colapso y la tuvieron que internar.
Extraordinaria, la trayectoria de Mirta. Hasta podría caer simpática su actitud de mujer poco prudente y malhablada, sino se percibiera en sus denuncias un tufillo sórdido de oportunismo y falta de escrúpulos. ¿Qué le quedará ahora? El Despacho de la Primera Dama quedó sin presupuesto; el presidente no la puede ni ver; no es buena compañía para quienes aspiran ganar licitaciones del Estado y tampoco debe tener más denuncias de este porte por hacer. ¿Volverá a la escuelita de Itapúa? Puede ser, pero, ¿quién le quita lo bailado? Digo, lo hablado.