Revisando un poco la agenda pública, es decir, esas cuestiones que están presentes en conversaciones familiares, redes sociales cada día, salta enseguida la preocupación por la falta de solución al tema sanitario y económico causado por la peste del Covid-19, muy asociado a la corrupción e ineficacia estatal. Algunos han puesto toda su esperanza en las vacunas, luego de ver los resultados positivos obtenidos en naciones como Israel. Claro, no faltan datos serios que muestran que no es muy claro todo lo que hay detrás de las guerras comerciales de las multinacionales farmacéuticas, la OMS, etc.
No nos la hace fácil Biden cuando aprueba hace poquito las nuevas reglas establecidas por el Instituto Nacionales de Salud (NIH en inglés) que permiten a los científicos usar tejido derivado de abortos voluntarios para estudiar y desarrollar tratamientos para enfermedades como… sí, ¡el Covid-19!, eliminando las restricciones éticas que había puesto Trump por pedido de bioeticistas. No nos la hace fácil el multimillonario Bill Gates, que ha creado ahora en febrero con Microsoft una nueva alianza estratégica entre empresas, medios de comunicación y multinacionales tecnológicas como The New York Times, BBC, Adobe, ARM, Intel para… ¿luchar contra el desempleo y la desnutrición?, ¿aumentar la calidad educativa de las universidades tecnológicas en países pobres?... ¡Nop! Es para “luchar contra la desinformación en internet”, una especie de Ministerio de la Verdad Global que invierte dinero y arma en un sistema que pretende aumentar la censura que ya están imponiendo las Big Tech a los medios y personas independientes, el cual pondrá a todos bajo permanente “escrutinio y vigilancia”. Qué lindo y urgente, ¿verdad? Vale un ¡Pipuuu!
No nos la hicieron fácil Alberto Fernández y sus aliados en el Congreso al promover y lograr la legalización del aborto en plena pandemia, aborto que además es pagado por los contribuyentes, ya que entró en la eufemística categoría de servicios “gratuitos” que brinda el Estado y que, junto con la contracepción a domicilio, son de las “grandes ideas políticas” que se le ocurrió a ese gobierno en esta grave situación sanitaria. No nos la hace fácil el Gobierno español que aprobó la ley de eutanasia, sumándose a los “desarrollados” Canadá, Luxemburgo, Nueva Zelanda, Bélgica y ahora con la despenalización, también el gobierno “superprogre” de Colombia. Sí, Colombia, en plena pandemia y bajo ataque socio-incendiario, despenaliza la eutanasia que pone entre otros requisitos que “el paciente considere que la vida ha dejado de ser digna”.
Sobre este punto gira toda esta lucha detrás del telón: La dignidad humana que está muy relacionada a nuestra libertad. Se revolcarán en sus tumbas Suárez, De Victoria, Maritain y otros grandes responsables de la instauración de los derechos humanos en Occidente.
Sí, es verdad que el Covid-19 nos tiene repreocupados, cansados, hasta tentados a ceder libertades ganadas con tanto esfuerzo por nuestros antepasados. Esa libertad y esa dignidad que pierden la mujer que aborta, el médico que falta a su juramento hipocrático, el jurista que impone leyes inicuas, el político que se corrompe, el multimillonario que abusa de su poder… Esa libertad y esa dignidad que perderemos también nosotros, si somos tibios y desinteresados, ayudando a destruir lo más preciado de nuestra herencia cultural: el reconocimiento de la dignidad de toda persona.
Sin embargo, y a pesar de toda la propaganda y de todo el dinero que invierten en este reseteo moral ciertos poderosos y los que se dejan instrumentalizar por ellos por migajas, a pesar de todo esto que está pasando tras bambalinas, en nombre de un nuevo pacto social globalista, mientras haya personas, como las hay, que usen su libertad para el bien común, al animar, consolar, rezar, donar, enseñar, sostener, buscar la verdad, denunciar la mentira, solidarizarse, no está perdida la batalla cultural.