04 may. 2024

Mendicidad solapada

Luis Bareiro – @Luisbareiro

Si le pagamos a una persona para que nos cuide el auto y luego descubrimos que lo rompieron o lo robaron, no podremos exigirle que nos reponga el bien porque en realidad cuidar autos es una actividad que no existe formalmente. Nadie puede asumir la responsabilidad de cuidar un bien, salvo que se trate de la policía o de una empresa de seguridad con la que suscribimos un contrato.

Por otra parte, no tenemos en el país estacionamiento tarifado; por lo tanto, no necesitamos pagar un guaraní a nadie para estacionar en espacios públicos. De igual manera, nadie puede reservar parte de esos espacios para estacionar. Quien lo haga comete el delito de usurpación de la propiedad pública. Luego, es ilegal que haya personas cobrando por el usufructo de esos espacios o reservándolos para “sus clientes”.

Empezar con estas obviedades se hace necesario para entender el fenómeno al que se pretende –cada cierto tiempo– encontrarle una solución rápida. Partamos pues dejando bien en claro que no existe una actividad laboral ni un servicio vinculado con la reserva de los espacios para estacionar ni con el cuidado de los vehículos estacionados. ¿Qué son entonces los autodenominados cuidacoches?

Es simple. Quien pide dinero a otras personas a cambio de nada, alegando su condición de pobreza, practica la mendicidad. La mendicidad ha existido desde siempre y el número de quienes la practican crece o disminuye según el nivel de pobreza de cada país y, sobre todo, de la calidad de sus servicios públicos y de contención social.

Ninguna nación, en ningún momento de la historia, logró acabar con la mendicidad prohibiéndola o persiguiendo a quienes la practican. La mendicidad es una consecuencia. Solo desaparece cuando desaparecen sus causas: la pobreza y la precariedad laboral.

A menudo se busca disfrazar la mendicidad entregando a cambio de la dádiva algún objeto simbólico (una tarjeta, la estampita de un santo) o una prestación de servicios que nadie pidió, desde lavar parabrisas y cuidar autos hasta improvisar piruetas.

El escenario de marginalidad en el que se ejerce la mendicidad hace que la violencia sea un componente latente que estalla con harta frecuencia. Con facilidad pasmosa, el pedido de limosna se convierte en exigencia e incluso en extorsión; y la negación de otorgar esa propina puede pasar rápidamente del mero rechazo a la discriminación abierta y grosera e incluso a la agresión física.

La mendicidad es la cara más visible de la pobreza y por lo mismo para muchos resulta la más irritante. El mendigo nos recuerda a todos de manera casi brutal que la pobreza existe. Ninguna actividad marginal permite la amalgama de individuos tan variopintos. Hay allí adictos, responsables padres de familia, tortoleros, auténticos trabajadores desempleados, niños en situación de calle, delincuentes y ancianos sin pensión.

Las particularidades de cada país le dan forma a su población mendicante. En Europa son los inmigrantes ilegales que no consiguen entrar al mercado formal. En Estados Unidos son los homeless, personas sin hogar y sin una actividad económica.

En Paraguay, el desastroso sistema del transporte público provocó un crecimiento explosivo del parque automotor, ocasionando a su vez el embotellamiento endémico de las calles y avenidas, y la lucha diaria por espacios donde estacionar. Esto se sumó a la escasa generación de puestos de trabajo y a la mala calidad de los empleos formales. La consecuencia de esta conjunción: la mendicidad se disfrazó de cuidacoches y limpiavidrios.

En resumen, la acción de unos y otros no es una actividad laboral, es mendicidad encubierta, un colectivo mendicante donde se mezclan honestos y delincuentes, urgidos y avivados. Si pudiéramos ocupar a toda esa gente de manera relativamente rápida y satisfactoria habríamos dado con la fórmula para acabar con su causa: la pobreza. Lamentablemente, esa fórmula mágica no existe. Suponer que podemos borrarlos con una ley también es creer en soluciones místicas.

Como mucho podemos limitar el fenómeno estableciendo el estacionamiento tarifado, persiguiendo penalmente los casos de extorsión y siguiendo con los cursos de capacitación y las ferias de empleo. Pero no nos engañemos, mientras consigan mejores ingresos en la mendicidad que en empleos formales y las oportunidades laborales sean ínfimas, los mendigos seguirán allí, amparados en la fuerza inexorable de la realidad.

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