Viernes|28|NOVIEMBRE|2008 - golmedo@uhora.com.py
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Parecería muy lógico pensar que en esta etapa de la civilización -con tanta modernidad, avance tecnológico y desarrollo científico a cuestas- ya no deberíamos estar discutiendo -es decir, insumiendo tiempo, estructuras, dinero, horas de debate y pensamiento, etc.- en legalizar el asesinato o alguna de sus formas. Pero es así, lastimosamente.
En Uruguay, recientemente se estuvieron analizando los capítulos de despenalización del aborto incluidos en la Ley de Salud Sexual y Reproductiva (título ya conocido en nuestro Parlamento), que tuvo el valiente -y en día hasta sorprendente- veto del presidente de la República, el doctor Tabaré Vázquez.
Si bien el político accedió a la aprobación de artículos que podrían permitir el aborto químico (el Estado uruguayo garantiza el acceso libre de los “anticonceptivos de emergencia” que en su mayoría son capaces de impedir la anidación del embrión ya concebido en el útero materno, además del uso del Misoprostol, un antigastrítico con efecto abortivo), su postura es una luz de esperanza para miles de pequeños que al no legalizarse el aborto quirúrgico tienen la posibilidad de llegar a ver la luz del sol, de crecer, realizarse, ser un científico o músico, formar una familia, es decir, ser parte de la historia en este planeta. Puede parecer poco para algunos, pero estoy seguro de que no para ellos.
Los puntos mencionados por Vázquez, en la argumentación del veto, son contundentes para quienes quieren ver, no así para los que han tomado la decisión de apoyar este tipo de asesinatos en nombre de una ideología, por ignorancia, por una supuesta solidaridad de género, o simplemente por no parecer “conservador” ante la sociedad.
El presidente afirmó que la legislación no puede desconocer la realidad de la existencia de vida humana en su etapa de gestación, “tal como de manera evidente lo revela la ciencia”.
Seguidamente habló de la civilización, factor clave en la actualidad: “El verdadero grado de civilización de una nación se mide por cómo se protege a los más necesitados. Por eso se debe proteger más a los más débiles. Porque el criterio no es ya el valor del sujeto en función de los afectos que suscita en los demás, o de la utilidad que presta, sino el valor que resulta de su mera existencia”.
Y este es el punto: la vida es valiosa y es única; no es ni de la madre ni del padre; así como la mía no es pertenencia de mis progenitores, por más que viva en estado de total y absoluta dependencia.
Y Tabaré remata con una propuesta de gran realismo; una que los promotores de estas leyes no quieren aceptar: "... es más adecuado buscar una solución basada en la solidaridad que permita promocionar a la mujer y a su criatura, otorgándole la libertad de poder optar por otras vías y, de esta forma, salvar a los dos”.
Esta debería ser la postura de la civilización actual, de los políticos y gestores sociales, así como de organizaciones feministas o que trabajan con la problemática de la mujer. Es más positivo buscar caminos pro vida que plantear la eliminación legal del más débil, con el argumento de que la salud de la madre está en peligro o, peor aún, que su situación económica es crítica. La continuidad de la existencia humana no debe, no puede, estar condicionada por factores económicos ni otras variables discutibles. Las leyes y el Estado deben defender y proteger con toda su fuerza la vida de los más débiles, es su función.
Sin dudas, el presidente de Uruguay, junto a varios políticos de ese país, nos ha dado un ejemplo de racionalidad y coraje que nunca deberíamos olvidar.