Luego de tres charlas, cinco entrevistas e innumerables pedidos de fotos, ella se sienta un rato y toma un refresco. Es dulcera empedernida. “Me traje estos tacos sin pensar en lo cansador que iba a ser”, me dice. Sus uñas verdes con purpurina y su vestido de colores reflejan toda esa algarabía y lucha feminista que ella representa. “Yo también hice lo mismo”, comparte, señalándome la gran hoja de una planta que guardé en mi cuaderno.
Luciana Peker fue una de las figuras más solicitadas en el Festival de Periodismo Gabo, celebrado en Medellín. Nos cruzamos en el baño de uno de los pasillos del evento y no pude evitar saludarla con entusiasmo: “¡Hola, Luli!”. Ella me regaló una feroz sonrisa y me dijo: “Me encanta que me digan así, como mi hija”. Es madre de Uma y del reciente libro La revolución de las hijas, presentado en el festival. Me sonrojé y aproveché para pedirle una entrevista. Ella aceptó, pero me pidió que lo hagamos después de la charla en la que más tarde sería panelista: Romper con el silencio: periodismo y acoso sexual.
Durante la charla, ella fue clara en su postura: “Decidí hacer periodismo feminista contando las situaciones de abuso desde la credibilidad y la amorosidad. Con una escucha periodística que acompaña y denuncia”. Un ejemplo de eso es el trabajo que realizó con la actriz Thelma Fardin, con quien conversó durante un año para luego narrar las situaciones de abuso cometidas por Juan Darthés.
Peker admite que durante el encuentro escuchó demasiadas veces la pregunta de si es posible conjugar periodismo y feminismo. No le cansa la pregunta en sí misma, pero sí la sospecha sobre si en verdad se puede, más aún porque esa práctica la vienen haciendo hace más de 20 años desde el suplemento Las12, del diario argentino Página12.
Ese lugar de enunciación también le valió amenazas y ataques, en privado y en público, como en la televisión por parte de Fernando Burlando, el abogado de Juan Darthés. Sin embargo, Luciana opina que no se debería caer en una “sobremilitancia”, dejando de lado el rigor periodístico y cediendo a los pedidos feministas, ni asimilar el trabajo con la justicia. No cree que las leyes y cárceles sean la solución a todo, pero asegura que urge la implementación de protocolos a la hora de abordar estos temas de violencia, que contengan la protección de la víctima y no impliquen la muerte social de los varones.
¿Sigue siendo noticia publicar historias como “la primera mujer en hacer tal cosa” o “la primera mujer en llegar a tal puesto”?
- Creo que puede haber coberturas superadoras. Por supuesto, muchos de “la primera mujer” son casos excepcionales, entonces ocupan un lugar de excepción. Creo en los logros colectivos. Me parece que es un problema que, en vez de llegar a más población, cuestiona lo que hacemos. Yo prefiero que avancemos en hacer periodismo antes de cuestionar todo. Porque somos más rápidas para cuestionar lo que se hace, que para hacer. En ese sentido, prefiero equivocarme antes que no hacer, si hay que elegir.
¿Cómo conviven el periodismo y el feminismo?
- Para mí, la relación entre militancia y periodismo está resuelta: una escribe, usa herramientas periodísticas y, a la vez, quiere transformar la realidad. En ese sentido, creo que retomamos la tradición de autores latinoamericanos de los 70. Gabo era alguien que quería incidir claramente en la vida política de su pueblo y yo también (risas). ¿Qué tiene eso de malo?
Siento que hay un ataque a las mujeres que utilizamos nuestra propia sensibilidad, escucha y perspectiva, en relación con el periodismo. Es como que se invalida o descalifica. Se pueden narrar abusos, pero solo si lo hace un varón desde la neutralidad y la idea de no creer. Si nosotras creemos, entonces ya no es periodismo. Hay algo de no aceptar que no todas las mujeres vamos a ser iguales, y que hay otras miradas femeninas. Pero sí existen características, algunas femeninas y otras feministas, por lo menos que yo siento que tengo en mi propia trayectoria, como sensibilidad, empatía y acompañamiento a las víctimas. Porque yo no cuento solamente lo que vivieron, yo quiero que no las violen. ¿El verdadero relato estaría cuando lo hace otro que es neutral? Bueno, eso es una pavada, ¿qué vamos a contar? El holocausto desde una mirada neutral no es cierto. Me parece que es una pregunta que tiene una sospecha sobre si en realidad hacemos periodismo. Y yo hago periodismo desde hace 20 años, ya no me entra la sospecha. Me enoja, no ya la pregunta, sino la sospecha sobre mi propia trayectoria o experiencia laboral. Me enoja porque rescato las trayectorias feministas del periodismo.
Y desde ese lugar feminista, ¿cómo se da la batalla cultural sin caer también en la violencia?¿Cómo flexibilizar el lenguaje militante?
- Utilizar el lenguaje que más te sirve para los fines que querés lograr. Creo que cada una elige qué batallas dar. Yo, particularmente, tengo la propuesta de ser ambiciosa, popular, intentar ser sencilla, hablar claro. Incluso, si tenés que decir que en pos de esto hablás de determinada manera, mejor. No me gusta la élite feminista con lenguaje muy complicado. Sí creo en el lenguaje inclusivo, pero no en uno cerrado que solo es posible entender con un determinado código. Ni siquiera es que no me gusta. Fomento que, si tu deseo es llegar a más personas, no quedes atrapada en un lenguaje críptico. Tiene valor tal vez para explicar las cosas, pero de manera más clara, sencilla, simplificada y con un lenguaje que entienda a quien querés llegar.
¿Cómo podemos hacer las y los periodistas para narrar historias que tienen que ver con género, sin que suenen a “temas de mujeres”? Teniendo en cuenta que son problemáticas que nos atraviesan a todos.
- Creo que hay un enorme desafío, más allá de lograrlo o no, en usar las herramientas del periodismo, en hacer las historias atractivas, en usar datos, en que estén escritas en un lenguaje popular y lo más ambicioso posible. En el sentido de lograr transmitir las ideas, para intentar que lleguen no solamente a las mujeres, sino también a los varones. Por supuesto, tampoco estar pendientes de la aprobación de ellos. Y también que al abordar el tema género, se hable de masculinidades y diversidad sexual. Creo que hay que ampliar la agenda.
- Pero, de alguna manera, queremos también que los varones se interesen y se interpelen. Entonces, ¿cómo les hablamos?
- Creo que hay un nivel de feminismo tan avanzado y tan masivo que se vuelve necesario hacer campañas dirigidas a los varones. Por ejemplo, hay una de la Fundación Avon dirigida a varones, para que no manden videos sexuales de las novias o de las chicas con las que se acuestan. A mí me parece un ejemplo interesante. Hacer notas dirigidas a ellos, sobre el padecimiento del machismo en los hombres en general o de algún caso en particular, tanto de varones abusados como de otras situaciones.
Cuando vamos a narrar feminicidios o situaciones de abuso, ¿cómo hacemos para no caer en la espectacularización?
- No hay que generar un hipermorbo con relación a las muertes, y especialmente intentar no transmitir a las chicas el mensaje de que la forma de cuidarse es quedarse encerradas dentro de sus casas. Como hablaba recién con una compañera, no pongamos la selfie de las pibas en pose de seducción cuando las asesinan, porque parece que su muerte es sexy. No me gusta la espectacularización, la transmisión en cadena, porque no es que les importe la víctima, no tienen empatía, sino que directamente lo que quieren es asustar y disciplinar a las otras chicas. No se trata de juntar el periodismo amarillo que usa todas las herramientas del atractivo periodístico y el periodismo feminista que se convierte en combativo pero aburrido. Se trata de encontrar formas de contar historias de manera atractiva, sin caer en espectacularizar la noticia y sin perder el respeto a la víctima.
¿Qué recomendaciones darías a nuestros colegas para narrar esas historias y abordar esos temas?
- Lo primero que tienen que hacer nuestros compañeros es escuchar y leer. Parece una cosa muy simple y, sin embargo, no lo hacen. Después, para narrar las historias, yo creo en un periodismo feminista inclusivo de los varones, pero intentaría que, más que contar el mundo de las mujeres, se interpelen ellos sobre los efectos de la masculinidad. Si lo hacen, me parece bien, pero en mis talleres intento interpelarlos para que cuenten sus propias historias, sus discriminaciones, sus mandatos de género.
¿Y cómo llegamos a las personas con cierta práctica religiosa más conservadora?
- A la fe la respeto como un valor, pero la verdad es que hoy hay posturas antiderechos que no ejercen en su propia existencia. Es una doble moral. En lo que quieren, son flexibles y se adaptan, y en lo que les parece censurable –en general a las mujeres y a la diversidad sexual–, censuran. Bueno, hay que preguntarles si cumplen con esos mandamientos en su propia vida.
¿Cuál es tu posición con respecto al antipunitivismo?
- Yo me considero antipunitivista; pero por supuesto, también antiimpunidad. Hay que ver caso por caso y situación por situación. Como paradigma, tengo uno antipunitivista, no creo que las leyes ni las cárceles lo solucionen todo. También considero que, con relación a la práctica, es importante que algunas sentencias judiciales marquen un precedente con respecto a abusos sexuales o feminicidios. Necesitamos protocolos.
¿Y qué opinas del tema de los escraches? Es una herramienta que apareció, se la utiliza y, de alguna manera, parece que se fue de las manos...
- En muchos casos son necesarios y no hay otras alternativas. Pero más que el escrache, intento que la única solución no sea el linchamiento masivo de los varones. La verdad, para que pase eso también necesitás resortes sociales de diálogo, que yo no encuentro. Entonces, si bien propongo eso, me encuentro muchas veces dándome la cabeza contra la pared. Vos intentás que los varones no se queden sin fuentes laborales, pero si no dialogan, no frenan a sus amigos o compañeros, no se toman medidas intermedias que no constituyan una sanción grave o punitivista, las mujeres no podemos quedarnos a proponer cómo ayudarlos. Si hay diálogo, se pueden encontrar formas de proteger a las víctimas y tomar medidas que no impliquen la pena de muerte social de ellos. Pero para eso necesitamos un compromiso de las empresas, de los festivales. Si no está ese ida y vuelta, lo único que quedan son las posiciones más tajantes.
¿Para dónde creés que va el movimiento feminista latinoamericano?
- Va a ser y es la gran resistencia al neofascismo. Porque además veo una situación política muy convulsionada, no hay una respuesta al neoliberalismo, entonces el feminismo lo será. Sí hago una apelación a la unidad –con diferencias, pero a la unidad–, porque hay que entender que el enemigo es el neofascismo.
Libros abiertos
Luciana Peker es autora de los títulos Putita golosa, por un feminismo del goce y La revolución de las hijas. Considera que sus libros son disparadores para abrir la conversación hacia otros tópicos y generar diálogos sobre el goce, la política y la diversidad sexual. Ambos forman parte del ránking de los títulos más vendidos de la Argentina.