Mi objetivo era observar el comportamiento de unas personas a los que los periodistas del sector denominaban buitres (yryvu en guaraní). Eran los empleados de las funerarias que competían entre sí en la búsqueda de clientes. Se acercaban a los familiares de los que pasaban a mejor vida tras algún accidente u otro tipo de desgracias. Algunos estaban confabulados con enfermeras/os y médicos para acceder antes que la competencia a la información sobre los decesos que se producían. De ese modo, tomaban ventaja para ubicar y abordar a los angustiados familiares del difunto para convencerlos de los servicios fúnebres para los ya tenía aguardando una ambulancia en los alrededores.
Cuando se hizo patente la irremediable pandemia del coronavirus y se desnudó la precaria situación sanitaria del “Paraguay moderno, el de la más grande hidroeléctrica, inmensos sojales y prósperos ganaderos”, al igual que los amigos buitres que merodean en torno a su próxima “presa” del antiguo hospital de emergencias, resulta que otros yryvuses que operan desde adentro y afuera del Estado, con mayores apetencias, ponderable velocidad y suficiencia para poner todo aparentemente “en regla”, en un abrir y cerrar de ojos ya estaban cerrando negocio con el Ministerio de Salud.
Aunque esta vez, algo falló. La agudizada desconfianza ciudadana, algunos periodistas que preguntaron e investigaron sobre el tema, y la acción de algunos legisladores permitieron descubrir toda la turbiedad que había detrás de esto y se demostró que la maquinaria de la corrupción que funciona súper bien en tiempos normales, lo hace mejor aún en situaciones extraordinarias como una pandemia.
Los buitres están dentro de las instituciones del Estado y tienen cómplices fuera de estas, atentos al tráfico de información para armar “empresas” de membrete y conseguir lo que precisa el Estado, sin importar el origen o la calidad, a precio robustamente mayor que el de mercado.
Coima de por medio, consiguen que los pliegos de bases y condiciones se diseñen a medida y no tienen empacho alguno en adquirir las mercaderías del mercado negro ni de adulterar las marcas, ni nada. El asunto es hacer negocio, aunque de por medio este en juego la salud y la vida de las personas.
No tienen patria, ni pizca de moral. Y evidentemente, tampoco temor a ser descubiertos o de tener que rendir cuentas. Se encubren y protegen en un ambiente de impunidad que incluye recursos para “aceitar” el sistema judicial.
¿Hablamos de algo nuevo?
En realidad, no. La única novedad es que sucede en un momento de emergencia sanitaria y que por esta acción, si cambia el curso de la pandemia y se da el escenario catastrófico que se dibujó al principio, las muertes que vayan a darse será por culpa de los buitres de alto vuelo empotrados en el Ministerio de Salud que condenan al país a no disponer, a 78 días de la cuarentena, de las mascarillas, trajes de protección contra el Covid-19 y camas de terapia intensiva que se precisan con urgencia. Y como efecto colateral, salpicar de suciedad a la gestión de uno de los pocos funcionarios del Gobierno, el ministro Mazzoleni, ponderado positivamente en esta etapa dentro y fuera del país.
A diferencia de los buitres que comenté al inicio, estos otros se mimetizan en los ministerios y sobreviven a cualquier gobierno de turno, matan cíclicamente al país condenándolo al atraso y la pobreza.