Cualquiera diría que con este espejo de todos nuestros problemas, que vino a significar la pandemia, y a sabiendas de que la recuperación económica será larga y dependerá en gran medida de las decisiones de política pública que se adopten en el corto plazo, el Gobierno tomará decisiones con firmeza, como lo hacen los demás países del mundo para proteger sus economías, a sus trabajadores, a las familias de estos, en fin, a toda su población. Vemos con tristeza, sin embargo, que lejos de adoptar decididamente un camino de protección a los trabajadores locales formales y encaminamiento al desarrollo de la industria local para asegurar valiosos empleos en los próximos años dentro del sector formal, el Ejecutivo tristemente sigue sumergido en el discurso de un mundo que ya no es, y de una ficción (la globalización) que se cayó en pocas semanas cuando los países cerraron sus fronteras, abroquelándose para mitigar los efectos de la pandemia dentro de sus propios límites.
Uno de los ejemplos más recientes es la medida adoptada por el presidente Donald Trump, quien el jueves último firmó el decreto ahora mundialmente conocido como “Compra primero estadounidense”. Una medida que ordena a las agencias federales a que prioricen la compra de ciertos medicamentos y materiales médicos cuando sean fabricados en Estados Unidos. Ni más ni menos, el país con la mayor economía del mundo, representante del libre mercado, atravesando una situación mundial sin precedentes, como es lógico, con medidas de iguales características.
El asesor comercial de la Casa Blanca, Peter Navarro, dijo a los medios que Estados Unidos es “peligrosamente demasiado dependiente de las naciones extranjeras para nuestras medicinas esenciales, suministros médicos … y equipos médicos como ventiladores”.
Con este paso, como es evidente, buscan desarrollar aún más la industria local para que en un futuro no muy lejano pueda reemplazar gradualmente las importaciones en sectores como el señalado, y así asegurar mercado a la industria local, en un momento en que todos los países del mundo presentan altísimos índices de desempleo.
Paradójicamente en Paraguay, una medida de política pública que buscaba lo mismo: asegurar mercado a las industrias locales y asegurar por ende el mantenimiento de sus empleos, la ley que amplía el margen de preferencia a los productos de origen nacional en las compras públicas, fue vetada por el Poder Ejecutivo invocando compromisos internacionales que aún no están vigentes, y que según sus argumentos, de haberse promulgado, la ley nos presentaría como un país poco serio ante la comunidad internacional.
¿Qué significa hoy ser un país serio? Hace pocos días nos preguntamos si puede considerarse “serio” que los ministros de Industria y de Relaciones Exteriores encabecen una reunión con embajadores de otros países para denostar contra una medida que protege la industria local, argumentando siempre los compromisos con la comunidad internacional. Embajadores entre los cuales estaba justamente el representante diplomático de Estados Unidos de América.
¿Es un país serio aquel que no tiene una política de desarrollo industrial y patea contra cualquier medida que busca sentar las bases para que tal política se construya?
¿Puede considerarse serio predicar que queremos insertarnos en las grandes cadenas de valor cuando no tenemos siquiera la firmeza para tomar decisiones de política pública que desarrollen la industria local, para no seguir pagando con presupuesto público productos de origen extranjero, cuyas industrias sí tuvieron el respaldo de sus Estados para volverse competitivas?
Finalmente, no podemos dejar de preguntarnos, ¿es serio apoyarse en gobiernos extranjeros para sostener un discurso, cuando esos mismos gobiernos están dándole prioridad a su industria? La respuesta es obvia, pero además, vergonzosa.