Cada cinco años se renuevan las autoridades que dirigirán el país en el próximo quinquenio. Un presidente y vicepresidente, 45 senadores, 80 diputados, 17 gobernadores y concejales departamentales. Están habilitados para votar 4.782.940 electores, de los cuales el 57% son adultos, 12% adultos mayores y un 31% jóvenes. La media de participación histórica es del 60%; la más baja, la del 2018, con 61%, y la más alta en 1998, con el 77%.
El Partido Colorado gobierna desde hace 70 años el país, en dictadura (35) y en democracia (30), con la excepción del 2008 con el triunfo de Fernando Lugo, quien llegó al poder justamente al frente de una amplia alianza política, y que terminó abruptamente en 2012 tras el juicio político. Pero no fue el único sacado por esta vía. En 1999, tras la tragedia conocida como Marzo Paraguayo, el presidente Raúl Cubas Grau, ahijado de Lino Oviedo, quien logró la victoria más contundente para la ANR con el 54% de votos, se exiliaba en Brasil ante su inminente destitución, tras una crisis profunda del partido del poder.
La política paraguaya está marcada por las crisis coloradas, quienes han consolidado la fórmula de oficialismo y oposición al mismo tiempo, que le ha dado éxitos electorales hasta el momento. De siete elecciones, han ganado seis. Luis María Argaña, el último caudillo colorado, asesinado justamente en 1999 en la disputa fratricida colorada, se jactaba diciendo que aunque la ANR postulara al Pato Donald como candidato, igual ganarían las elecciones.
La ANR ya ensayó todos los perfiles en el poder tras la caída de Stroessner: militares, como Andrés Rodríguez, empresarios, como Wasmosy y Cartes, políticos, como Nicanor Duarte, Luis González Macchi y Mario Abdo Benítez. Esta vez, lidera la chapa un técnico hecho a imagen y semejanza de su padrino político, el ex presidente empresario Horacio Cartes, declarado significativamente corrupto y sancionado económicamente por EEUU.
Santiago Peña, ex ministro de Hacienda en su última vida pública, y gerente del banco de la familia Cartes en su actividad privada desde el 2018, es el hombre que dice ser el cambio generacional del longevo partido y que pretende una nueva reelección para la ANR.
En la vereda de enfrente, el principal adversario es Efraín Alegre, viejo lobo de la política paraguaya opositora (Partido Liberal Radical Auténtico). Va por su tercer intento presidencial, al frente de una amplia Concertación Nacional por un Nuevo Paraguay, que sentó a su alrededor a un amplio arco político, desde movimientos de izquierda como el Frente Guasu de Fernando Lugo, movimientos campesinos, y partidos de derecha como Patria Querida.
Alegre y Peña polarizan el escenario. Payo Cubas aparece como tercer actor. El ex senador, colorado de raíz, autodefinido como anarquista, es una figura impredecible que ha basado su campaña en las redes sociales. Es el símbolo del hartazgo social y concentra el voto bronca. Luego está Euclides Acevedo, ex canciller del actual gobierno colorado, que ha logrado el apoyo de un sector del Frente Guasu, que optó por alejarse de la alianza.
LO QUE SE JUEGA. Hoy el desafío para el país es el continuismo o la alternancia. Y en este contexto se desarrolló la batalla discursiva. Peña se encerró en la caparazón colorada y apeló al voto cautivo de los funcionarios públicos a fuerza de convicción y coerción, en tanto que Alegre apuntó más alto: al dueño de la ANR y su candidato: Cartes, al que considera el jefe de la mafia que busca derrotar.
Pero más allá de las retóricas electorales que inflaman los candidatos prometiendo lo imposible, Paraguay se juega hoy mucho más allá de la vieja discusión sobre la corrupción, la clientela y el prebendarismo, tres características del Estado que han mantenido incólume el poder colorado en dictadura como en democracia.
El Paraguay está hoy en terapia intensiva institucional. Por dónde empezar a resolver es tan complejo como difícil porque requerirá no solamente de un pacto político, económico y social, sino la convicción, la capacidad y el margen de maniobra del futuro presidente.
Las siete décadas de coloradismo en el poder no solo han dejado como herencia la desigualdad social como rasgo principal de la población paraguaya, sino la demolición institucional. No hay organismo que no esté infectado por la corrupción en la que conviven burócratas del Estado, políticos y empresarios en un festín interminable que posiciona al país entre los peores en gasto público. Según el BID, el Estado dilapida unos 1.500 millones de dólares en compras públicas, una forma elegante de manotear los fondos públicos con un paraguas legal de la nueva triada que maneja el país a su antojo. El 4% del PIB. Un escándalo.
Ineficiencia, malgasto y corrupción de un Estado co-optado por la ANR, que controla al 80% de los funcionarios públicos y que constituyen su dura base electoral con la que ganan las elecciones. La campaña electoral es la mejor vitrina para observar cómo la estructura del Estado, con ministros a la cabeza, opera a favor del partido. Funcionarios que son obligados a participar de los actos, a votar con sus familiares porque temen perder su puesto laboral o ser confinados al freezer, mientras los hurreros gozan de las jugosas prebendas. En la función pública triunfan, no los que más formación académica tienen, sino los “guapitos” del partido, al decir de Santi Peña, en la mejor definición sociológica del partido.
Crimen organizado y narcopolítica. Paraguay es noticia en el mundo por ser la ruta perfecta de las drogas gracias a la vulnerabilidad de sus instituciones, que permite que el crimen organizado opere con tranquilidad gracias a la complicidad de las autoridades y una sociedad amoral que los acoge. Aquí los narcos hasta matan para quedarse en las cárceles paraguayas, oficinas perfectas para su negocio. Ni el asesinato del fiscal Marcelo Pecci ni la muerte colateral de Vita Aranda, ni los asesinatos de narcoempresarios movieron a los cómplices del sistema a depurar instituciones.
Un futuro sin futuro. Paraguay se inscribe entre los países con peor educación del mundo no solamente por su pésima infraestructura y un sistema desfasado como consecuencias de la mala gestión y la corrupción. Si Haití no existiera, sería el peor de todos. Como si fuera poco, ahora los antiderechos comandados por el cartismo y sectores conservadores religiosos, han impedido las mínimas reformas para mejorar el sistema. Agitando banderas de miedo, buscan cercenar derechos en una cruzada ideológica que hasta dejó sin merienda a los niños.
Una salud con muletas. La pandemia del Covid-19 evidenció en forma descarnada la precariedad del sistema sanitario, que costó la vida de casi 17.000 personas. Como nunca, la sociedad fue testigo de las carencias en los hospitales y vivió en carne propia la precariedad del sistema. El virus también desnudó la ausencia de seguridad social en un país donde la informalidad es la principal fuente de trabajo.
HACIA DÓNDE VAMOS. La lista de la trágica historia paraguaya es larga. Por eso hoy es un día clave para decidir qué se quiere como sociedad en un siglo nuevo.
¿Permanecerá ese viejo Paraguay de una secta privilegiada, que se lleva todo dejando a los de abajo sufriendo la humillación diaria del abuso del Estado capturado por una mafia corrupta, que ha perdido toda brújula institucional?
¿O se intenta un nuevo Paraguay donde existan más y mejores derechos, donde haya menos desigualdad, donde se trabaje por instituciones sólidas capaces de expulsar del sistema a quienes buscan destruirla, donde la equidad defina la relación entre los seres humanos, donde la mujer se sienta reconocida, disputando los espacios con igualdad, donde los jóvenes ocupen espacios de decisión, donde los niños disfruten de su infancia cada vez con más derechos, donde se hable sin prejuicios del cambio climático, donde la mafia, el narcotráfico, los negocios ilegales sean actividades marginales?
No se plantea aquí una batalla entre ángeles y demonios. Ni siquiera de los mejores contra los peores. Sino de proyectos con visiones sobre una sociedad más inclusiva o al menos no excluyente. De quienes respetan la diversidad en la composición política, económica y social del país.
Hoy se define lo que como sociedad queremos ser, porque los que gobiernan desde hace décadas nos han llevado al lugar donde estamos.
El voto habla, decide, interpela, castiga, premia.
Es solo cuestión de usarlo.