Cuando comienza mi tercera llegada al Paraguay quiero expresar que lo principal para mí en la vida es la aceptación con todas sus consecuencias en mi fe en el Dios del que nos habló Jesús en los evangelios.
Fe un tanto olvidada en los que me rodean, no porque no exista, sino por el ambiente reinante en una sociedad que sustituye a Dios por el consumo del dinero.
Fe, también y sobre todo, rechazada, encarcelada, perseguida, prohibida y hasta asesinada en los que la profesan, porque es una fe revulsiva que niega al poder despótico como fuente de orden para la sociedad.
Y esto sucede desde la derecha y desde la izquierda en estos tiempos modernos.
Creer en el Dios de Jesús me obliga y compromete a amar a todos con obras, palabras y deseos.
Comenzando desde abajo hacia arriba, para que nadie se quede excluido y nunca llegue ese amor a los que más lo necesitan.
Con este amor a todos muestro que amo a Dios, y el amor a Dios más me compromete con este amor al hermano, sea quien sea.
Lo mismo con otras palabras: El Reino de amor, paz y justicia de Dios fue la gran causa por la que luchó y vivió Jesús.
Esta fue su vida y si viviera entre nosotros en este siglo XXI, marcaría su modo de ser.
Y esto es muy importante para sus seguidores. Somos llamados a vivir como Jesús viviera hoy entre nosotros. Tenemos la responsabilidad de vivir como Él lo haría hoy.
Y esta es una tarea que nos marca por completo. En la vida interior para tener la coherencia que Él tenía.
En la vida pública para poner nuestras fuerzas al servicio de los más pobres, abandonados, olvidados y víctimas de injusticias.
También oponiéndonos a los que tienen el poder y nos dañan con su corrupción.