Bernardo Neri Farina
Escritor
La obra Literatura, Estado y sociedad es absolutamente necesaria y eso lo comprendió Víctor-Jacinto Flecha al decidirse a escribirla.
Es necesario, porque en la función de reseñar y registrar obras literarias, existe la propensión a centrar el enfoque analítico en el contenido intrínseco de ellas, en sus valores significativos, expresivos, estéticos, sin mayor vinculación con todo ese enorme contexto político, social y hasta económico que las rodea y que engloba al autor en su circunstancia.
En este libro, Víctor-jacinto nos habla de trece personalidades de la literatura paraguaya, y de la circunstancia histórica que circundó su vida: Hérib Campos Cervera, Josefina Plá, Gabriel Casaccia, Augusto Roa Bastos, Elvio Romero, Ramiro Domínguez, José-Luis Appleyard, Rubén Bareiro Saguier, Carlos Villagra Marsal, Esteban Cabañas, Renée Ferrer, Susana Gertopán y Maribel Barreto.
No hay ficción que no se sustente en la realidad. Así como no hay realidad que no merezca su recreación ficcionada en la búsqueda de darle a esa realidad una comprensibilidad mayor, que permee la superficie para adentrarse en significados que muchas veces están ocultos bajo engañosas capas de obviedad. En este libro Víctor-jacinto encuentra resquicios contextuales que no habían sido hurgados con la minuciosidad histórico-sociológica con que lo hace nuestro autor.
Este material es el resultado de una búsqueda que se inicia con una pregunta que debiera hacerse todo analista literario: “¿Qué manifiesta esta literatura de su experiencia social de vida?”.
Esta pregunta es clave en todo intento de interpretar un libro de ficción, para rastrear en él motivos, objetivos, argumentos, códigos, sentidos, símbolos. Cuántas veces lo que aparece como una simple fabulación innovadora oculta en sí alusiones que exigen el detenido roce del escalpelo para visibilizar señales que el escritor ha sembrado hasta inconscientemente. Un vestigio de su propia vida dentro de la vida de su sociedad. Una experiencia que solo pudiera ser transmitida a través de la reveladora potencia realista de la ficción.
UN SÓLIDO EXAMEN CRÍTICO
Víctor-jacinto se establece en la posguerra del 70 con un sólido examen crítico de ese tiempo en que se afincó el nacionalismo positivista en el espíritu de los miembros de la generación del 900. Para huir de la mísera realidad circundante se buscó una idealización de “la raza”, de su “alma”, y se bosquejó un Paraguay idílico, cuya presentación rechazaba absolutamente toda crítica.
De ahí emergió –tal como lo puntualiza Víctor-jacinto Flecha– una visión de tarjeta postal que se impregnó en las concepciones literarias de entonces y que nada tenían que ver con la verdad de un país en desgracia.
Por eso, la voz de Rafael Barrett, voz fundadora de la crítica social en la literatura y en el periodismo en el Paraguay, fue desdeñada por la liturgia oficial del nacionalismo “patrio”. Lo de Barrett no condecía con ese Paraguay idealizado que el nacionalismo dibujó en su escape, porque según lo dice Flecha: “Cualquier visión crítica fue repudiada, denunciada, estigmatizada, asimilada a la traición”.
La escasa literatura de la época se erigió sobre la contemplación del paisajismo bucólico y la abstracción sensiblera de los prototipos humanos: el bello mancebo de la tierra y la morena de pies descalzos y trenzas floridas.
Luego de la Guerra del Chaco, tras el agotamiento del liberalismo y con el influjo de la irrupción de los totalitarismos venidos de Europa (comunismo, fascismo y nazismo), se inició aquí en 1936 la era del nacionalismo militarista con el gobierno revolucionario del coronel Rafael Franco, que registró varios avances sociales, pero que abrió una época represiva que no se cerrará hasta 1989, según apunta Flecha.
En ese marco de parteaguas, surgió la voz de Julio Correa, cuya obra, de acuerdo con Víctor-jacinto, “representa un corte radical entre la literatura modernista de la etapa anterior y la posterior concepción, más profunda y comprometida con los avatares humanos”.
Franco fue derrocado en agosto de 1937; hubo una breve vuelta de liberalismo amarrado por los militares hasta setiembre de 1940 en que murió José Félix Estigarribia, y luego emergió la dictadura del general Higinio Morínigo (1940-1948). En ese ambiente opresivo apareció la generación poética del 40, la primera con característica culturalmente homogénea, bajo el liderazgo de Hérib Campos Cervera y la orientación de Josefina Plá. Esta generación, de la que formaron parte también Augusto Roa Bastos, Óscar Ferreiro, Roque Molinari, el guitarrista Cayo Sila Godoy y ciertamente Elvio Romero, se desbandó con la guerra fratricida de 1947.
EXPERIENCIA SOCIAL DE VIDA
En 1952 apareció en Buenos Aires La Babosa, la novela de Gabriel Casaccia, con la que se rompió con aquella visión agreste del Paraguay idílico, para que apareciera la mirada crítica a una sociedad decadente expuesta de una manera brutal, lejos de cualquier contemplación edulcorada.
La Babosa causó en el Paraguay “un gran escándalo entre nacionalistas y la gente del poder”, explica Flecha, quien añade que Casaccia fue acusado de traidor, de “roedor de los mármoles de la patria”.
Flecha suma en su libro aportes respecto a nuestros clásicos: Roa Bastos, Bareiro Saguier, Villagra Marsal y otros y, por último, analiza la obra narrativa de tres mujeres actuales: Renée Ferrer, Susana Gertopán y Maribel Barreto.
Con ellas, el autor aplica el mismo método: el puntilloso estudio del contexto sociohistórico en determinadas obras y lo que ellas contienen en sí de dicho contexto: Los nudos del silencio, de Renée; El fin de la memoria, de Susana, y Desafío, de Maribel.
En todas ellas, Flecha descubre vetas y particularidades concernidas a la historia de cada autora y al momento histórico de la elaboración del texto.
Literatura, Estado y sociedad es un libro absolutamente necesario. Por todo lo dicho y porque nos alienta a volver a leer las obras en él citadas ya con una nueva perspectiva que nos revela este autor que trabajó resueltamente para descubrir cómo se alimentó esta literatura de su experiencia social de vida.