La llanura política empieza a carcomer los cimientos del cartismo. Una situación previsible en los juegos de poder. La lapicera presidencial es poderosa y son pocos los que se atreven a desafiarla.
Los colorados, eternos administradores del Gobierno, no toleran la abstinencia del poder, no soportan por mucho tiempo estar lejos de los privilegios del Estado. Son maestros de la realpolitik.
Horacio Cartes enfrentará por primera vez una coyuntura ajena a su cómodo universo. Luego de ejercer la presidencia de la República con control cuasi absoluto, la derrota electoral empezó a darle las inequívocas señales de la llanura: la primera fue la traba a su asunción como senador activo. En junio del año pasado, tres meses antes de asumir Mario Abdo Benítez la presidencia de la República, se concretó la primera emigración de los primeros tres senadores y seis diputados cartistas. Ahora se suman tres gobernadores, pero otros también alistan su desembarco en el oficialismo. En Itapúa, 18 presidentes de seccionales decretaron su salida de Honor Colorado, por citar los pases más publicitados.
“Es un éxodo sin precedentes”, dijo en tono triunfal Daniel Centurión, asesor político presidencial, preanunciando más fugas.
Enrique Riera, el locuaz senador cartista, redujo la situación a la consabida cuestión prebendaria de sus correligionarios. Que no resisten las tentaciones lanzadas desde Itaipú y Yacyretá. “Hay un problema interno, que es donde se utiliza un montón de dinero con motivos proselitistas y, por otro lado, una situación de vulnerabilidad externa”.
SORPRESAS. Hasta el más leal asesor político de Cartes se atrevió a desobedecerlo. Darío Filártiga aprovechó el conflicto con Venezuela para posicionarse con Marito. Convocó a una reunión de la cúpula partidaria para emitir un apoyo al Gobierno por la ruptura de relaciones diplomáticas con Maduro, a pesar de las amenazantes llamadas telefónicas del ex presidente. Su postura desató la ira del cartismo, cuyos voceros principales salieron a pegarle. El diputado Bachi Núñez recordó repentinamente que es stronista. “Darío Filártiga fue una persona cercana de la dictadura de Stroessner, y propiciar una reunión para que la Junta de Gobierno castigue otra dictadura, de él me parece poco ético”, dijo sin ruborizarse. El muerto se asusta del degollado. Cuando compartían asesoría palaciega no le molestó el carné autoritario de su colega.
EL DESIERTO. Cartes basó su liderazgo en el dinero. Como espónsor de campañas en su etapa empresarial y luego como presidente de la República. No supo construir bases sólidas con una visión que vaya más allá de su acotada mirada de la política vacía de institucionalidad. ¿Qué es Honor Colorado sino las siglas de su dueño? Honor Colorado es Horacio Cartes, y viceversa.
Su movimiento tiene escaso movimiento. Su último grito de guerra fue en noviembre, cuando algunos gobernadores ya pegaron el faltazo. Son los que hoy se alinearon al nuevo presidente.
Luego entró en un periodo de desatino, señal inequívoca de su escaso apego a la agotadora dinámica política. Hoy está entretenido con el fútbol, un área en el que bucea con tranquilidad porque allí no tiene adversarios, ni reclamos, ni desobediencias.
La situación es también consecuencia de ausencias claves en la estructura del movimiento. Cuando estaba en Palacio de Gobierno tenía una red que lo protegía y despachaba los asuntos. Allí había tres comandos muy claros: por un lado, Juan Carlos López Moreira, el presidente de facto que monitoreaba, gerenciaba y resolvía los problemas de toda índole. Por el otro, la asesoría política compuesta por Filártiga, Núñez y Arnaldo Franco. Eran los que tramitaban las urgencias de las bases partidarias sin molestar al presidente; y, por último, José Ortiz, el nexo con varios sectores a través del Centro de Gobierno.
Pero esta estructura no existe hoy y por ello hay señales de anarquía, de falta de conducción.
Cartes sabe que las fugas debilitan su movimiento, aunque por ahora prefiere evadirlas entreteniéndose con el club Libertad.
Por desconocimiento o por soberbia, tal vez no sea consciente de las implicancias de esta situación para su proyecto político, cuyo primer examen serán las elecciones para la Junta de Gobierno y las internas municipales.
La historia enseña que quienes limitan el significado del poder al simple ruido metálico de las monedas pueden tener éxitos momentáneos, pero a la larga están condenados al fracaso.
La llanura es la mejor escuela de liderazgo. Solo quienes tienen mística, crean sentido de pertenencia con base en mínimos ideales y hacen catecismo diario a la desmotivada tropa, pueden sobrevivirla.