29 mar. 2024

Las torres gemelas y el narcocoloradismo

Quienes opinan que Marcelo Pecci fue excesivamente imprudente al viajar a Colombia sin solicitar una custodia policial olvidan un dato relevante. Nunca antes un fiscal paraguayo había sufrido un atentado en el exterior y se consideraba improbable que algo así pudiera ocurrir.

Hoy sería imposible realizar un ataque similar al que derribó las Torres Gemelas en 2001, pues los terroristas no pasarían los controles del aeropuerto con cortapapeles o cualquier otro objeto punzante, cortante o explosivo. Y, si lograran ingresar al avión, aún deberían abrir una puerta blindada, detrás de la cual hay pilotos armados.

Antes de ese día fatídico las revisiones en los aeropuertos eran superficiales y era común que niños o pasajeros importantes sean invitados a conocer la cabina de mando. Pero los vuelos nunca más fueron los mismos. Los paradigmas de seguridad cambiaron y hubo que acostumbrarse a la incomodidad de sacarse zapatos y cinturones, abandonar envases con líquidos y ser revisados con minuciosidad.

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El asesinato de Marcelo Pecci cambiará algunas cosas en Paraguay. Lo mataron luego de un seguimiento transnacional, en la playa privada de un hotel con acceso complicado y con un eficaz plan de fuga. Este cambio no se refiere a las medidas de seguridad que deberán tomar los fiscales que investigan al crimen organizado y el lavado de dinero. Me refiero a que la sociedad entera no será la misma. Su mirada a la amenaza del narcotráfico cambiará para siempre.

En realidad, la frase anterior es solo una expresión de deseo. Es lo que deberíamos aprender de ese asesinato, no precisamente lo que haremos como colectivo social. Me temo que actuaremos con la misma inercia de antes. Luego de la estupefacción y furia y de las críticas al Gobierno, procederemos a continuar con nuestras pequeñas vidas como si nada hubiera pasado. Fue así después de lo de Santiago Leguizamón, después de lo de Pablo Medina, después de lo de Vita Aranda, fue así tantas veces que puedo predecirlo.

La infiltración narco nos devorará. Cuando queramos reaccionar será tarde. No supimos edificar instituciones capaces de soportar esta amenaza global. La tolerancia de nuestra sociedad hacia personas que ostentan fortunas imposibles de amasar con métodos honestos es enorme. Vemos pasar ante nuestros ojos la misma película que sumió en el terror a otros países sin que se nos mueva un pelo.

El arquetipo del narco de frontera, brasiguayo inculto y prepotente, adornado de collares y anillos de oro, ha dado paso a sujetos absolutamente presentables que comparten los condominios, las casas de verano, los clubes sociales, las dirigencias deportivas y gremiales de la alta sociedad. El negocio de la marihuana se rinde ante la emergencia de la cocaína. La convivencia con estos personajes se ha naturalizado.

Mientras, nadie parece hacer un simple ejercicio de “une con flechas” entre este magnífico progreso y los sicariatos. Los sicarios, ellos, seres despreciables, serán maldecidos. A los que los pagan, en cambio, los vemos en televisión y no nos molestan. Y hay demasiados que los ven en las boletas de votación y los votan.

Porque bueno es recordar que la puerta de entrada de los narcos es la política. Antes han comprado policías, fiscales y jueces. Pero para jugar en las grandes ligas hay que tener políticos en el bolsillo. Hace una década, el presidente uruguayo Pepe Mujica habló de “narcocoloradismo”. La indignación fue inmensa. Hoy en día, lo único que se discute es el porcentaje de diputados de la ANR que le deben su cargo a algún capo narco, no su existencia. Sus votos en todas las cuestiones periféricas que benefician los negocios de sus sponsors los delatan. Ya sé que también hay narcos en los otros partidos. Por cuestiones de espacio solo hablo del partido donde más pululan y que gobierna el país.

El éxito que obtienen en cada elección me hace dudar que el brutal asesinato del fiscal Marcelo Pecci consiga romper un paradigma e iniciar una nueva era. Ojalá esté rotundamente equivocado.

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