En el ámbito de la ciencia, la metodología para interpretar los fenómenos del entorno arranca con hipótesis, contrastación y suele culminar en teoría. Esto puede ser rebatido por nuevos aportes y aristas diferentes, lo que produce un sano debate, con posturas contrapuestas.
Así se construye la ciencia al servicio de la sociedad. Se suben peldaños en busca de la verdad y corrigiendo postulados anteriores que pudieron omitir visiones más abarcadoras en el estudio de la realidad.
Gracias a ello, se agrega literatura para que los interesados analicen versiones y la sociedad conozca las novedades. Es como un tren al cual –en cada estación– sube y baja gente, se enriquece de pasajeros y continúa hasta alcanzar nuevos hitos.
Últimamente, en el país se presentaron estudios científicos que incomodan y generan voces en desacuerdo de sectores acostumbrados a interrumpir abruptamente ese tren en marcha, para bajar en la siguiente estación a quienes brindaron algún aporte. La preferencia de los grupos que ostentan poder es anular completamente esa esfera del escrutinio.
Prefieren el amedrentamiento o directamente la censura. Repasemos algunas perlas: El sector tabacalero acusó el mes pasado hasta de “porquería” un trabajo del Centro de Análisis y Difusión de la Economía Paraguaya (Cadep) sobre evasión impositiva en el ámbito cigarrillero, y adelantó que demandarían a quienes osaron presentar ese informe.
No se dejaron madrugar los internautas afines a ese ámbito y tirotearon en las redes contra el intento de exponer, mediante el análisis de datos, los resultados de las pesquisas de esta organización, que investiga desde hace más de 30 años, con reconocidos aportes en el ámbito de la economía. Una prestigiosa universidad de Estados Unidos, la propia legación norteamericana en nuestro país y hasta la Unión Europea dejaron en claro que valoran la contribución del Cadep a los estudios socioeconómicos del país.
La actuación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) y la práctica demostrada en los últimos años también ya había sido objeto de férrea crítica en redes sociales y medios. Sectores indignados reclamaron ciertas orientaciones en torno al carácter investigativo de los estudiosos y las organizaciones a las que éstos representan.
Enfatizaron el matiz ideológico y la abundancia de proyectos que solo ponen sobre la mesa lo que consideraron un perjuicio hacia el sector llamado productivo (modelo de explotación agropecuario a escala), quedando éste como el malo de la película, que solo degrada el medioambiente. También se objetaron las visiones distintas al statu quo, que visualizan las problemáticas de las minorías sociales y, en general, los planteamientos que cuestionan el conservadurismo aún reinante.
Se pidió, en consecuencia, redireccionar los recursos financieros del ente rector de la ciencia, para que no sean “los mismos de siempre, los que tienen fuerte impulso ideológico” quienes accedan a financiación.
Se agrega en estos días el intento de censura directa a la difusión, por parte de la Unión Europea –mediante un portal de audiovisuales– del documental Los campos envenenados del Paraguay. La Asociación Paraguaya de Productores y Exportadores de Carne considera que estos trabajos “se enmarcan más en el espectro de la ficción ya que carecen de verdaderos sustentos científicos, (y) ocasionan un daño muy grande a nuestra sociedad”. Pidieron que el documental sea retirado del ciclo cultural. El hábito de acallar voces distintas y anularlas del debate es propio de los despotismos; ya no se concibe en estos tiempos. El temor al cambio, a las transformaciones, genera un aire sórdido y solo funcional a los intereses de los grupos de poder fáctico, pero no contribuye a que la sociedad continúe accediendo a visiones heterogéneas, que enriquezcan sus conocimientos. Solo con ciencia y estudios podrá seguir transitando ese tren en el que se embarquen las ideas democráticas y de respeto por las otras miradas.