La parábola que nos encontramos en el Evangelio de hoy, admite muchos niveles de lectura, pero esta vez podemos fijarnos en un detalle: El hecho de que un rey prepara un banquete para celebrar la boda de su hijo. ¿Quién es ese Rey? Dios Padre. ¿Quién es el Hijo? Evidentemente, Jesucristo. ¿Quién es la novia? La iglesia; ¿cuál es ese banquete? La Santa Misa.
Todos los días, justo antes de la comunión, escuchamos de boca del sacerdote: Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, dichosos los invitados a la cena del Señor. No perdamos de vista que el Señor está contando esta parábola a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo. Por eso, es importantísimo que los que intentamos vivir la Eucaristía diariamente nos sintamos interpelados por estas palabras de Jesús. En cada Misa el Señor espera que asistamos con las debidas disposiciones.
Porque, si hacemos un examen sincero, nos daremos cuenta de que a veces estamos en la Misa de cuerpo presente, pero nuestra cabeza está en otro lado: Se marcharon, quien, a su campo, quien a su negocio. Mientras suceden las Bodas del Cordero, tantas veces nosotros estamos pensando en nuestras triviales preocupaciones.
O también podemos ser ese hombre que no vestía traje de boda, ya sea porque nuestra apariencia externa parece delatar que no le damos la importancia que tiene, ya sea porque no hemos dedicado la atención suficiente a la preparación remota y próxima del alma, cuidando la confesión frecuente y la oración diaria.
En cualquier caso, el evangelio de hoy se nos presenta como una ocasión estupenda para volver a descubrir que la Eucaristía es pignus vitae eternae: Prenda (que es sinónimo de garantía) de la vida eterna. Vivir la Misa como lo que es, como el Cielo en la tierra, será lo que nos abrirá las puertas de la Eternidad.
https://opusdei.org/es/gospel/2022-08-18/