Debe haber pocas sensaciones de angustia, miedos y tribulaciones que las que generan meterse en un laberinto donde no se es posible visualizar una salida pronta y rápida. O tal vez algo peor: no querer encontrar ese espacio.
El presidente se ha metido en uno de esos lugares y todavía quedan cuatro años de gobierno por delante. Los errores en la negociación del acta de Itaipú con el Brasil han desnudado por completo los graves problemas de gestión de su administración.
La falta de coordinación entre los actores, la pobre comunicación interna, la intromisión abierta y descarada de gente sin ninguna relación con el tema a negociar, la audacia y temeridad del vicepresidente, la percepción de que nada tiene costo en el ejercicio del poder para terminar con un joven abogado con capacidad suficiente para borrar un artículo del acta que favorecía al país. Esto –hay que decirlo– no surgió recién ahora; ha sido la marca de una presidencia que demuestra una clara debilidad de gestión que pone en riesgo a toda la democracia paraguaya.
La crisis en sus comienzos no fue evaluada ni en su tamaño ni en el impacto de esta. Se creyó que era una cuestión pasajera que acababa con la renuncia del titular de la ANDE. Cuando la ola se montó de tamaño mayor acabó con el equipo negociador y cuando se creía que con las cuatro cabezas eran suficientes, saltó el involucramiento del vicepresidente.
Desde ese momento era claro que irían por el presidente, más aún cuando envió a Federico González a pedirle la renuncia a su compañero del Consejo de Itaipú, el ingeniero Ferreira. Lo que vino después en el laberinto fue como intentar huir del mismo a cualquier costo. Sin Brasil y la abierta como desembozada intervención de Bolsonaro, hoy estaríamos lamentando la presencia de Llano en la presidencia. EEUU envió un par de tuits desde su Embajada y el espanto que generaba entre colorados y la ciudadanía en general que un beodo volviera a alcanzar la presidencia, asustó a todos.
Entre la detención de Messer en la semana, que generó múltiples interpretaciones en clave conspiraticia, y el dejar sin efecto el acta del 24 mayo pasado –en su formalidad no en su fondo–, se pudo apagar el incendio. El mismo que llevó la carta de capitulación a Ferreira fue el que firmó el documento que dejaba sin efecto la razón de la crisis. Otro error más.
El discurso tan esperado solo confirmó las debilidades del presidente, la confusión sobre su rol y la ausencia por completo de una visión del tamaño de los asuntos de Estado. Pareciera claramente que quienes lo apoyan lo hacen porque con Velázquez, Llano o Alliana sería aún peor. El miedo cohesiona en cualquier laberinto.
Las alternativas de salida van todas en contra del carácter del presidente. Podría haberle sacado públicamente la confianza a su vice, pero no lo hizo. Podría haber pedido la renuncia de todo su Gabinete y dar un golpe de timón..., pero no se anima. Cuando el presidente tiene miedo, la República lo siente y no hay sensación más terrible que esa, que puede guiar las opciones tanto más radicales como disparatadas.
El presidente está en su laberinto y pareciera no entender el problema que ello representa para él y para todos. La crisis solo confirmó las peores sospechas; ahora solo queda buscar ayudar a encontrar una salida para un país sumergido en un letargo económico y una clara irresponsabilidad política.
Hay que encontrar una salida pronto y rápido.