Por Clara Gómez Alvarenga
Hace un año el loro “Peri”, como le llaman sus dueños, llegó del fondo del Chaco paraguayo hasta Villa Hayes, en coincidencia con el cumpleaños de Ariel, el hijo menor de la familia López.
El ave era normal hasta que se cayó de un árbol y ya nada fue igual...
Perico estaba colgado de la rama de un árbol cuando un viento fuerte sopló y lo echó sobre unas piedras. Quedó con serias complicaciones de movilidad. El veterinario que lo atendió le puso yeso a su pata izquierda para que se recuperara, pero en nada avanzó.
Pasaron días y el loro se mantenía sin poder caminar. Estuvo por más de un mes en terapia, que lo llevó de a poco a la depresión. Ya ni siquiera sentía dolor tras esa trágica caída. El ave, para preocupación de todos, empezó a comerse las uñas. Y fue más aún: de a poco se comió hasta las patas.
La familia López comentó que el veterinario Víctor Ávalos, luego de haber asistido varias veces al loro, les dijo que el ave pasaba por “un estado de estrés porque no lleva una vida normal”.
El profesional les indicó que era preferible sacrificarlo. Pero no, los niños que lo cuidan no estaban de acuerdo y se prometieron hacer que la vida de Perico, ya sin sus patitas, trate de ser normal.
No hace mucho que empezó a quitarse las plumas. “Está por quedarse sin plumas ahora, pero igual lo queremos”, dijo el pequeño Ariel.
Pese a su condición actual, según sus dueños, Peri vive feliz.
“Le gusta bailar cachaca y cuando escucha el programa de Laura en América él con más razón empieza a alborotarse”, dijo Ángel, otro de los chicos que se encarga de alimentarlo.
Comentó además que cuando tiene hambre no para de hablar. Su menú favorito incluye las bananas, naranjas y la leche. Le gusta silbar e imitar los ladridos de perro “aunque le tiene miedo” a este animal.
Los niños sueñan con que alguna vez Perico López camine; ya no quieren verlo desplazarse con el pico en medio de la caja donde pasa los días.
“Queremos que tenga piernas artificiales alguna vez”, dicen esperanzados en que alguna vez el loro que se comió sus patas logre vivir una vida un poco más normal.