27 abr. 2024

La trama neonazi en la Alemania de hoy

Blas Brítez

Hace unos días conocí a una persona que vivió hace diez años en Paraguay y es alemana. Luego de referirme su impresión acerca de la metamorfosis obrada en el paisaje de Asunción desde que se marchó —modernizada en el peor sentido, en el del kitsch mercantil, durante el auge de la era de la soja y de la carne enajenadas, de las inversiones extranjeras privilegiadas y del simple y llano lavado de dinero—, le pregunté qué consideraba digno de mención cardinal de la realidad germana de este tiempo. Sentada en el patio de una casa secular asuncena convertida en bar, la mujer oriunda de la portuaria Hamburgo, en donde manifestaciones de organizaciones sociales fueron reprimidas con dureza últimamente, hesitó un momento y luego contestó: “La infiltración nazi en los servicios secretos. En realidad, están en todos lados, en todo el sistema. Eso y el odio a los inmigrantes”.

Se refería a la serie de crímenes cometidos por la célula terrorista Clandestinidad Nacionalsocialista (NSU) que, entre los años 2000 y 2007, asesinó a por lo menos diez de las casi dos centenares de personas eliminadas por la extrema derecha alemana en las últimas dos décadas. Beate Zschäpe, Uwe Mundlos y Uwe Böhnhardt mataron, de un disparo a bocajarro en la cara, a nueve turcos y un griego, todos comerciantes de siete ciudades diferentes, entre ellas Núremberg, donde Adolf Hitler gustaba realizar sus congresos, uno de ellos registrado por la impar Leni Riefenstahl, en El triunfo de la voluntad (1935).

Pero no fue hasta 2011 que aquellos asesinatos fueron investigados como crímenes de odio. Hasta entonces, la policía y la judicatura los habían considerado venganzas propias de la mafia. Lo que investigaciones parlamentarias y periodísticas revelaron después, es que no solo la NSU era responsable cabal de los hechos, sino que muchos de los integrantes de su alma mater, la Thüringer Heimtaschutz (THS), formaban parte de la nómina de informantes de la inteligencia estatal (BFV), considerada desde antaño (desde los largos años del Muro) ciega del ojo derecho: persecutora tenaz de activistas sociales... y cómplice benévolo de grupos neonazis. Aquel año, luego de un atraco fallido (el robo era su medio de financiación), Mundlos y Böhnhardt se suicidaron, y en 2018 Zschäpe fue condenada a cadena perpetua.

La crisis inmigratoria siria —que es, en gran medida y como siempre en Oriente Medio, un asunto de intereses europeos— azuzó las actividades clandestinas y violentas de estos conglomerados en una Alemania que en la cuestión de los inmigrantes, como me dijo la ciudadana de Hamburgo, pasó del cinismo comprensivo inicial a la desembozada hostilidad actual. Desde aquel 2011, son casi cuatrocientos los crímenes de diversa índole que estos grupos han llevado a cabo, incluida la profanación de las tumbas de las víctimas de la NSU, según la oenegé NSU Watch, amplia iniciativa antinazi que transcribió los pormenores del juicio a Zschäpe.

Andreas Temme es un agente del servicio secreto de Hesse que estaba “infiltrado” en la NSU. Sus compañeros lo llamaban El Pequeño Adolfo. Cuando mataron al turco Halit Yozga, Temme estuvo presente. Pero no informó el hecho, ni fue molestado por nadie. El Parlamento evidenció en 2012 que la BFV destruyó expedientes de aquellos y otros terroristas neonazis.

En estos días se ha escrito bastante sobre las profanaciones de tumbas de judíos en Francia, en lo que parece ser la mayor ola no solo francesa sino europea de virulencia fascista. Sin embargo, a menudo se da cuenta mucho menos de la peligrosa trama terrorista que la extrema derecha alemana ha puesto en escena, con colaboración del aparato burocrático. Como en los tiempos de Hitler.

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