10 oct. 2025

La sociedad inhumana

Por Gustavo A. Olmedo<br>Sin darnos cuenta, realidades cada vez más duras, despreciables e inadmisibles pasan ante nosotros sin dejarnos algún tipo de huella que despierte la esperanza de un cambio de actitud. Un impacto que inserte alguna “espina” que perturbe nuestra querida paz cotidiana, nuestra comodidad o ese complicado “mundo” de problemas particulares en el que muchas veces nos gusta -o conviene- sumergirnos para no ver otras cosas. <br>En todas las épocas han existido miserias y pobreza, pero quizá nunca como ahora éstas tienen aliados tan cercanos como preocupantes: la indiferencia, el cinismo y la falta de educación.<br>Estamos ante el fortalecimiento de una sociedad que se perfila cada vez más inhumana, indiferente ante el drama del hombre, desde la pobreza -en todas sus formas- hasta la soledad y la falta de sentido de la vida y su consiguiente consecuencia: la depresión. <br>Amada y Ángela viven en una vereda de la calle Perú, entre bolsas de plástico y cartones (ÚH, viernes 20, pág. 18); un bebé recién nacido es abandonado en la calle y horas después muere de frío (Crónica, viernes 20). <br>Ante semejantes hechos -de los muchos y extremos que existen-, ¿por qué seguimos callados y tranquilos? ¿Por qué somos capaces de enterarnos de ello sin percibir luego un mínimo de inquietud personal?<br>Si bien el Estado tiene gran responsabilidad en los casos citados, también es cierto que todo cambio comienza necesariamente por uno y que las iniciativas ciudadanas siempre serán relevantes para dar una luz de esperanza y nunca estarán de más en un país herido por la migración del campo, el desempleo y la ignorancia.<br>Sin una seriedad con la propia humanidad seguiremos censurando, silenciando de alguna forma, los reclamos que todos tenemos en nuestro interior y que nos piden dar una respuesta -o buscar alguna- ante esas situaciones que hoy vemos a diario.<br>Por ello, es decisiva una educación que permita retomar con seriedad esas exigencias naturales que en ciertos momentos críticos hasta “nos queman” con gran fuerza, urgiéndonos un compromiso.<br>Son reclamos de justicia, de trato justo según la propia dignidad; exigencias de ser respetado y también de respetar, de ser amado y también de amar; con ese amor que no es sentimentalismo sino compromiso de aceptación y valoración del otro, así como es. Recordemos que cuanto más vivimos estas exigencias y este deber con los otros, tanto más nos realizamos, nosotros mismos. <br>"La primera tragedia que hay que afrontar con urgencia es la pérdida del valor de sí mismo que experimenta el hombre”, afirma Ernesto Sábato en su libro La Resistencia, reclamando un punto clave en el renacer de un pensamiento humano: la persona, el yo. Sin una conciencia del valor trascendental de la persona, sin una experiencia que abrace todo lo que la persona es, incluyendo los límites y errores, será fantasioso pretender un ciudadano -y una sociedad- que sea capaz de dar su tiempo y atención a semejantes en situaciones extremas e inhumanas.<br>La situación es clara. Solo nos resta esperar que los responsables de la educación, desde la familia hasta las autoridades nacionales, no pasen por alto estas señales de alerta que diariamente titilan en nuestras calles y las páginas de los diarios.<br>