21 may. 2025

La moralina de castas y el pequeño de la hondita

Mucho se está hablando de los resultados en las elecciones generales. Términos como corrupción, maldad, fraude, o grandeza, los calificativos de uno y otro bando, las significativas sentencias de la Administración Biden, a través de su Embajada, la indignante designación de un acusado de múltiples crímenes –entre ellos abuso sexual– como candidato para una banca en el Parlamento...

En el fondo, la política ha mostrado su relación intrínseca con la moral, lo cual no quiere decir que sea ética.

Es algo que la pobreza interpretativa del materialismo dialéctico, en el que se mueven muchos analistas de las castas políticas y mediáticas, no alcanza a visualizar porque tiene que ver con la cuestión escandalosa de la libertad humana y su dimensión espiritual, dígase conciencia, inteligencia, voluntad, memoria.

Lo triste es que entre el ruido de las polarizaciones y las payasadas de algunos, se pierden las voces que intentan entablar un diálogo realista y templado. Y sin ese censurado diálogo cívico es el “tejido moral de la nación”, como diría Monseñor Rolón, el que se deshilacha.

Algunos dicen que todo esto se reduce a sentimiento y emotividad, y nada de racionalidad. Quizás están más cerca de la verdad, pero no porque el sentimiento, especialmente el de pertenencia, este desligado del pensar, sino porque hace falta interrelacionar mejor esas dimensiones personales. Un problema educativo que ni las universidades, ni el MEC están encarando bien.

Las acciones se originan en ideas y en las ideas de la gente influyen muchos factores que los autoproclamados caciques o las castas autorreferenciales desprecian. Pero estos resultados, inesperados incluso para los victoriosos, pueden ser un baño de humildad para las castas que han perdido interés en el sentido común que mueve las ideas de los ciudadanos de a pie. La interpretación materialista es reductiva y no comprende al pequeño de la hondita, aunque le haya dado un golpe mortal a su soberbia.

Se equivocan las castas que se sienten con una superioridad moral al juzgar al pueblo. Se equivocan quienes desatienden los gestos y las expresiones de las mayorías silenciosas que viven en las periferias y en los vecindarios. Varios compatriotas te expresan allí con pocas palabras y con su estilo sencillo, grandes conceptos como el mal menor, los principios innegociables o el castigo por las ofensas.

Yo lamento mucho las pocas opciones que tuvimos para elegir realmente, y que el Parlamento, por ejemplo, no se renueve y que incluso salgan de él quienes sí han trabajado por el país. Pero no me animo a despreciar por ello a la gente de a pie que votó así. ¿No sería más inteligente considerar con más respeto sus mensajes al votar?

Existe un interesante e inmenso subconsciente colectivo que emerge en estas ocasiones políticas, pero no es Freud ni las castas las que alcanzarán a descifrarlo. Debemos ser nosotros mismos, abajo, los que nos autoanalicemos sin complejos. Somos nosotros los que debemos sopesar los tesoros ocultos de nuestra cultura y corregir los defectos que nos aquejan. Somos nosotros, no las castas, los que debemos hacer patria cada día, la mayoría de las veces a pesar de los políticos que enseguida olvidan sus promesas. Una vez más somos nosotros quienes caminaremos juntos en este globalizado fin de época que tanta angustia causa, bajo el amparo de Dios y con el pedido interior de renovar nuestra educación, considerando todos los factores de nuestra realidad. Depende mucho de nosotros que nos respeten y que valoren el enorme sacrificio que conlleva nuestra vida en común, más allá de las elecciones.

De a poco, en el concierto de las naciones, que en otro tiempo han ignorado al Paraguay, se está despertando un interés por esta nobleza que conservamos los de abajo y que ellos han cedido a cambio de baratijas o espejismos materialistas que los tienen avasallados moralmente y colonizados ideológicamente. Paraguay tiene derecho a resistir como David ante Goliat.