En aquel pueblo “oyeron la gran misericordia que el Señor le había mostrado” a Isabel (cfr. Lc 1,58). En esta Navidad que ya tenemos a las puertas, nosotros también queremos oír nuevamente las misericordias de Dios, lo bueno que es, cuánto nos quiere y cómo desea salvarnos y librarnos del pecado.
En el Evangelio de hoy vemos que acaba de nacer el precursor. Él no es el Mesías y lo sabe. Algunos se lo preguntarán expresamente. Y sabemos que siempre responde lo mismo: “Es necesario que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3,30). A veces no nos resulta fácil dejar obrar al Señor. Disfrutar de algo significa apreciar los frutos que produce. El apóstol siempre ve frutos porque sabe que nada de lo que hace en unión con Jesucristo cae en saco roto. Siempre disfruta de la misión, aunque no se vea el resultado.
Ocultarse y desaparecer llena de paz el alma del apóstol porque quien vive así se sabe instrumento. Es consciente de que no carga con todo el peso. En los buenos momentos reconoce que Dios es quien lo ha hecho. En los malos, no se inquieta porque sabe que Dios lo arreglará.
Muchos santos se han visto inclinados a vivir esta humildad. Desean imitar a Jesús y buscar solo, como Él, la gloria de Dios. San Josemaría relaciona ambas actitudes. Podría parecer que desaparecer es retirarse, abandonar la misión, pero no es así. Lo vemos claro en la vida de Juan el Bautista y en todos los santos: siendo humildes, no se han desentendido de las almas que estaban cerca.
Por eso, San Josemaría podía decir: “He sentido en mi alma, desde que me determiné a escuchar la voz de Dios –al barruntar el amor de Jesús–, un afán de ocultarme y desaparecer; un vivir aquel illum oportet crescere, me autem minui (Jn 3,30); conviene que crezca la gloria del Señor, y que a mí no se me vea”[3].
Otras veces lo decía de forma más resumida: “Ocultarme y desaparecer es lo mío, que solo Jesús se luzca”[4].
(Frases extractadas de https://opusdei.org/es/article/meditaciones-23-diciembre/)