Andrés Colmán Gutiérrez
Periodista y escritor
Aunque vive desde hace años en el extranjero, Miguel Carter, Ph.D de Columbia University de Nueva York y director del Centro para la Democracia, la Creatividad y la Inclusión Social (Demos), conserva su mirada crítica sobre el Paraguay, además de un encantador refugio en medio del bosque, en las afueras de Caacupé, adonde regresa cada tanto para reencontrarse con sus raíces. Autor de un clásico libro publicado en los 90, El papel de la Iglesia en la caída de Stroessner, mientras prepara la publicación de una próxima obra sobre la renegociación de Itaipú, Miguel dialoga con El Correo Semanal de Última Hora en su oasis familiar, con el imponente cerro Cristo Rey como fondo.
—El impacto de la festividad de la Virgen de Caacupé en modo Covid y las críticas de los obispos determinan que la Iglesia Católica sigue siendo gran protagonista de la realidad paraguaya. ¿Cuánto ha cambiado eso desde lo que analizás en tu libro?
—Caacupé es el epicentro del catolicismo paraguayo. El Paraguay es el país más católico de América Latina. Una última gran encuesta del Pew Research Center, en 2014, que examinó la afiliación, creencias y prácticas religiosas en 18 países de América Latina, determinó que el 90% de los paraguayos es católico, más que ningún otro país. El 99% de los paraguayos creen en Dios. No es el país más fervoroso, pero tiene una identidad católica muy fuerte, en contraste con el Uruguay, en donde un 37% de la población no tiene identidad religiosa. La fuerza de esa identidad es fundamentalmente campesina.
—La Iglesia paraguaya, ¿no fue cómplice con la dictadura?
—Si uno lo compara con cualquier otro país de América Latina, no hubo otra Iglesia que se haya plantado ante una dictadura como lo hizo la paraguaya, denunciando violaciones de derechos humanos, clamando por aperturas políticas. También sufrió muchos ataques. Hubo periodos duros en donde se hicieron gestos dramáticos, como la decisión del entonces obispo de Caacupé, monseñor Ismael Rolón, de suspender la procesión de la Virgen en 1969. Ya como arzobispo de Asunción, suspendió el tedéum del 15 de agosto y comunicó que no iba a participar del Consejo de Estado. Fueron gestos simbólicos importantes que hicieron que la Iglesia paraguaya marque con actos la independencia que reclamaba al Estado.
Los sectores más progresistas acompañaron las primeras movilizaciones campesinas, apoyaron la creación de las Ligas Agrarias. La Iglesia paraguaya siempre fue una Iglesia pobre, sin muchos recursos, que no se identificó con los propietarios de tierras, ni con los estamentos más favorecidos. En esa época, el Paraguay no era una sociedad de castas, como la que hoy vemos, en donde los que están allá arriba ya no tienen relación con los que están más abajo.
—¿Tiene el Episcopado paraguayo la misma fuerza que tenía durante la dictadura?
—Su voz está más diluida. En la dictadura, las otras voces estaban más acalladas. Con las nuevas libertades, surgieron más canales de comunicación, la sociedad civil paraguaya se volvió más compleja, más robusta. Surgieron nuevos grupos para representar diversos intereses. La Iglesia ya no es más el escudo que fue en su momento. El contexto cambió.
—Pareciera, sin embargo, que ha quedado descolocada ante nuevos actores sociales, como las comunidades homosexuales o LGTBI, entrando en una confrontación abierta por parte de sectores más conservadores.
—La Iglesia Católica es capaz de tener posiciones avanzadas en temas de apoyo a la democracia, derechos humanos, reforma agraria, pobreza, injusticias sociales… pero le cuesta mucho más abordar el tema del sexo. Históricamente, allí suele tener problemas, pero con la llegada del papa Francisco estamos viendo un discurso religioso más abierto. No es un discurso revolucionario, pero parece más dispuesto a abordar el tema.
En las encuestas de la Fundación Pew, en el 2014, uno de cada seis católicos paraguayos ya tenía una visión más abierta con respecto a la homosexualidad. Supongo que esa proporción habrá avanzado más en estos últimos años, al asumir que son seres humanos, que deben ser respetados en su dignidad, y que la homosexualidad es parte inherente a la naturalidad. El mundo está cambiando y hay más aceptación, incluso en el catolicismo, pero no hay que esperar que la Iglesia se sitúe en la punta de estos cambios, sino que haga lo que hace el papa Francisco: apelar al sentido común, a la aceptación, a la tolerancia, a no ser severo en el juzgamiento, a ser incluyente.
—No le ha sido fácil tampoco hacer frente a las denuncias de abusos sexuales por parte de miembros del sacerdocio.
—Es un tema muy delicado en el mundo católico. En Estados Unidos ha causado un estrago financiero enorme a muchas diócesis, que han entrado en bancarrota por los litigios judiciales y las reparaciones costosas a las víctimas. El papa Francisco ha buscado la forma de lidiar con el tema y eso debería incidir también en la Iglesia paraguaya, pero veo que no hay muchos avances aquí. Probablemente eso explica también por qué el Papa acaba de nombrar a nuevos cardenales y no hubo ninguno del Paraguay. En cambio, sí nombró cardenal al arzobispo de Montevideo, Uruguay, Daniel Sturla, una figura muy abierta en el diálogo con la comunidad homosexual. Probablemente el Papa no está del todo satisfecho con lo que los obispos paraguayos han hecho respecto a estos temas.
—¿Cuáles son las deudas pendientes de la actual Iglesia Católica paraguaya?
—Falta que se involucre en los grandes temas actuales. Hay una pérdida de identidad del campesinado paraguayo, ante el avance del modelo de producción de soja, que impone pérdida de territorios y de modos de producción de las familias campesinas, desarraigo y la migración a cinturones de pobreza en las ciudades. Los líderes de la Iglesia no se dan cuenta de que eso amenaza a su misma persistencia, ya que la religiosidad paraguaya es principalmente campesina. La pérdida de esa población rural va a repercutir en una o dos generaciones en la pérdida de la fuerza religiosa.
La Iglesia paraguaya es muy buena para asumir posturas críticas, como las de las homilías en Caacupé, pero su accionar posterior es débil. No tiene estructuras pastorales fuertes que acompañen su discurso en favor de la reducción de la pobreza, de las desigualdades. Cuando habla del medioambiente, no tiene una pastoral que trabaje temas ambientales, o con jóvenes. Se concentra en sus actividades tradicionales de formación de catequesis, pero no tiene estructuras pastorales que hagan más coherente el discurso crítico.
Otro tema tiene que ver con el libro que estoy preparando, Itaipú, causa nacional. Si la Iglesia paraguaya entrase a tallar en un tema crucial, como es Itaipú y la soberanía energética, de cara a la revisión del Tratado en 2023 y apoyase eso con recursos pedagógicos, con su llegada a todo el país, si pudiese abrazar una causa nacional como Itaipú, o el medioambiente o la supervivencia de los campesinos, podría generar cambios importantes.
Además de la sensibilidad social y los valores que mantiene, debe tener estrategia, visión inteligente para incidir en los cambios. Generar movilizaciones sociales, energía y participación, para contrarrestar la inercia conservadora que es capaz de conservar el statu quo en Itaipú y en 2023 entregar de vuelta lo mejor de nuestra energía a los brasileños, como lo hizo hace décadas. Una inercia conservadora que está devastando el territorio nacional, pensando que el desarrollo se hace a costa de la naturaleza, y no con la naturaleza. Eso no se contrarresta solo con una homilía en Caacupé o un pronunciamiento crítico. Hay que tener estrategia y recursos. Es lo que dice el papa Francisco sobre ayudar a desatar procesos de cambios. Tierra, trabajo, techo, el tema ambiental, son cuestiones claves que promueve el papa Francisco. Si la Iglesia Católica paraguaya abrazase de lleno eso, el Paraguay sería otro país.