25 abr. 2024

La honestidad brutal de la pandemia y las lecciones para el 2021

Foto UH Edicion Impresa

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El 2020 es el año que jamás se olvidará por haber sido el periodo de una de las peores pandemias sanitarias que puso de rodillas al mundo. No hubo sistema sanitario que no colapsara ante el avance del Covid-19. Ni siquiera los países más ricos del mundo.

La pesadilla se inició en el país en marzo, con la cuarentena total de las actividades, cierre de fronteras y otras medidas restrictivas. Han pasado 292 días desde el inicio de la pesadilla que sigue generando miedo, ya que el virus no cesa en su trágica tarea de infección y muerte. A estas alturas ya hay 2.150 fallecidos y más de 100.000 contagiados.

En una coordinación pocas veces vista, la clase dirigente combinó esfuerzos para evitar una catástrofe. Se tomaron medidas extremas sanitarias, así como económicas y sociales. Se contrajo una deuda de USD 1.600 millones para enfrentar la pandemia. En términos políticos, se decidió prorrogar el mandato de las autoridades municipales y de algunas autoridades partidarias. La crisis sanitaria atravesó todas las áreas y la vida de las personas que fueron afectadas ya sea en su salud o su economía. Nadie se salvó de sus efectos.

La pandemia no solamente dejó al desnudo la precariedad del sistema de salud pública, sino de toda la arquitectura institucional del país. La desigualdad explotó mostrando como nunca el alto costo de décadas de abandono y politiquería. Se pagaron y se siguen pagando las consecuencias de la falta de inversión en todos los órdenes que privaron al país de la infraestructura mínima y la formación de recursos humanos especializados para pelear estas sorpresivas batallas.

El Estado corrupto e incompetente se mostraba sin maquillaje alguno.

EL VIRUS MÁS LETAL. Además del descarnado diagnóstico institucional, se sabía que la corrupción, esa pandemia añeja enquistada en el Estado por décadas, no iba a tomarse ninguna cuarentena. Al contrario, se alertó en tiempo y forma que aparecerían con los dientes más afilados para comerse los jugosos fondos destinados excepcionalmente a Salud (USD 530 millones). Si la tríada cuasi perfecta durante el stronismo fue Gobierno/ANR/FFAA para sostener la corrupta dictadura, en la democracia se formó otra trilogía, tan letal como la primera: Contratistas del Estado/ funcionarios corruptos/ políticos prebendarios, que en mafiosa armonía se roban la educación, la salud, las obras viales y cuanto negocio existe con dinero público.

Para completar el panorama y como ratificación de la debilidad de un Estado cooptado, el Gobierno no se animó a tomar medidas más duras y esa flojedad terminó por diluir el prestigio que había logrado el ministro de Salud, Julio Mazzoleni, en el primer tiempo de la cuarentena. La corrupción no ha sido castigada con la fuerza necesaria y el oxígeno que había logrado el presidente Mario Abdo se agotó completamente. Se perdió la escasa credibilidad por la falta de templanza y coraje. Y existen menos esperanzas aún en la Fiscalía y el Poder Judicial.

DE INCERTIDUMBRE A LA ESPERANZA. Así como la pandemia ha puesto de patas para arriba el mundo y colocó la palabra incertidumbre en primer plano, sin embargo, el 2020 termina con la certeza de la esperanza. La vacuna apareció en tiempo récord y el mundo recuperó el futuro. La ciencia, con una velocidad inédita, encontró la fórmula para inmunizar contra el Covid-19. Ahora se desata la batalla por la vacuna, una carrera desigual donde ganan, como siempre, los países más ricos.

UN ESPEJO. Dicen que la pandemia del coronavirus tiene algo de democracia porque igualó a ricos y pobres. Pero también demostró cuán desiguales son las sociedades. En Paraguay, puso en vidriera todas las debilidades juntas, toda la corrupción en su grosera exhibición, toda la ineficacia en su permanente estado de coma.

A su paso, profundizó la desigualdad, la pobreza, la polarización política —que a pesar de los tiempos delicados— es agitada por líderes irresponsables que solo piensan en las próximas elecciones para seguir disfrutando de los privilegios.

Aunque también despertó la solidaridad de la sociedad que comprendió mucho mejor que su clase dirigente la necesidad de fortalecer las instituciones, poniendo entre sus prioridades el valor de los cuidados. Ahora sabemos cuán necesario es blindar todo el sistema público, ya sea de la salud, de la educación, de los servicios básicos.

Lamentablemente, no hay voluntad de las élites políticas y económicas para cambiar absolutamente nada. La corrupción sigue tan campante, las empresas contratistas siguen tan insaciables, los organismos de control siguen sin controlar nada y los partidos políticos se miran al ombligo, gastando sus energías con cálculos electorales de cara a las municipales con el 2023 como telón de fondo.

La pandemia sanitaria puso absolutamente todo sobre la mesa. Una hoja de ruta clara y precisa de lo que debemos potenciar, desechar, fortalecer y construir. Se esperaba que el Gobierno, en cooperación con los demás poderes del Estado y sectores de poder, aproveche este momento para enderezar rumbos, establecer nuevos paradigmas. Planear un nuevo sistema de salud, proyectar nuevas economías apuntando al crecimiento con igualdad y con ello fortalecer la democracia.

Para que, acabada la pandemia, no se vuelva a la vieja normalidad de las carencias de siempre.

El 2020, el annus horribilis, expira en cuatro días. Pero al final de las hojas del calendario, el nuevo año arranca con la esperanza puesta en la rápida llegada de la vacuna contra el coronavirus; el deseo de una sociedad más fortalecida y contralora de sus autoridades, y el surgimiento de nuevos liderazgos más tolerantes y humanitarios.

Que el 2021 sea, a pesar de los forajidos de siempre, el año del combate efectivo contra el virus pandémico de la corrupción y la desigualdad que hace décadas tiene postrado al Paraguay.

¡Feliz Año Nuevo!

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