24 abr. 2024

La guerra del siglo XXI

Luis Bareiro – @Luisbareiro

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El edificio de la sede de la Unesco. Foto: Reuters

Foto: Gentileza.

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El mundo se ve arrastrado a una nueva versión de la guerra fría. La extinta Unión Soviética fue sustituida por ese híbrido monumental que es China, un totalitarismo capitalista que ha sacado a más 300 millones de personas de la pobreza, pero a las que les controla hasta el pensamiento. Del otro lado, el viejo imperio se sostiene, aunque va perdiendo la hegemonía cultural y tecnológica del planeta. Estados Unidos ya no es lo que fue.

Los surcoreanos sacuden el mercado de los teléfonos inteligentes con innovaciones permanentes, mientras los chinos se van comiendo un pedazo cada vez mayor del mercado. Los japoneses siguen liderando el terriblemente competitivo mercado automotriz, pero pequeñas compañías que apuestan al uso de energías limpias irrumpen en el escenario y consiguen éxitos notables en tiempo récord.

La supremacía anglosajona en la producción musical es torpedeada por fenómenos como las bandas juveniles de música popular surcoreana y cantantes de trap latino como el reguetonero puertorriqueño Bad Bunny. Películas filmadas fuera de Hollywood se imponen en los premios Oscar y el manga y los animé japoneses humillan a Marvel y a Disney en la venta de historietas y los dibujos animados.

La nueva guerra fría es comercial y cultural, y las batallas no se libran en los países satélites, sino en el gran mercado del mundo. Las estrategias no se desarrollan en el Pentágono y los soldados no se forman en la Academia Militar de West Point. Los planes exitosos de esta guerra se construyen en las universidades y en los laboratorios de investigación, y sus soldados de élite se forman en escuelas públicas.

China ha invertido billones de dólares para catapultar a sus universidades. Destina sumas siderales para financiar la investigación en todas las áreas, pero está muy lejos aún de lograr los avances de la academia estadounidense, la europea y la japonesa. Tiene los recursos, pero adolece de un insumo insustituible para la creación: la libertad. Mientras, los estadounidenses debaten su viejo modelo educativo. Los europeos nórdicos y los asiáticos han reformulado los suyos y sacan ventaja en todas las áreas vitales de la ciencia. Los marines de esta guerra saldrán de esos países, no de las escuelas de las Américas.

Estados Unidos, sin embargo, seguirá teniendo preeminencia por sobre todas las naciones por muchos años más y por una sencilla razón: sus universidades siguen siendo una aspiradora de los mejores cerebros del mundo. La distribución anual de los premios Nobel es la mejor prueba de ello.

Este es el mundo del siglo XXI. Es la nueva guerra fría, un conflicto que se libra en un escenario virtual, en la mente humana. El capital supremo es el conocimiento y el mayor talento no es poseerlo sino tener la capacidad de producirlo. La fortaleza de un país no está dada por sus recursos naturales ni por la estabilidad de su moneda ni por la fuerza destructiva de sus ejércitos, sino por la inteligencia desarrollada y puesta en práctica de su gente.

¿Dónde estamos nosotros en este nuevo escenario? Según el último informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Cultura, la Ciencia y la Educación (Unesco), en materia de educación, América Latina tiene, junto con algunas regiones de África, los resultados más bajos del planeta. Y nuestros estudiantes están por debajo de esos resultados. El estudio regional comparativo y explicativo de 2019 que compara resultados de estudiantes de tercer y sexto grados en Matemáticas, Ciencias Naturales y Lectura reveló que 7 de cada diez escolares paraguayos son incapaces de resolver problemas básicos, y que la mitad no entiende lo que lee. En esta guerra del siglo XXI, los aventajados montan misiles y nosotros tenemos dificultades para manejar una lanza.

La buena noticia es que se puede cambiar. Sin hacer casi nada, hubo una ligera mejora en los resultados de 2013 al 2019. Un esfuerzo real y organizado puede provocar cambios sustanciales. Solo necesitamos obligar a la legión de imbéciles que integran la clase política a firmar un pacto por la educación y a que lo cumplan. Es eso o asumir que ya perdimos esta guerra.

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