Juan Bautista es uno de los protagonistas de los tiempos de Adviento y de Navidad. Él es a la vez profeta y discípulo del Mesías. Era tan importante su influjo y con tanta fuerza hablaba y actuaba, que los fariseos le enviaron unos sacerdotes para informarse sobre su identidad. “¿Tú quién eres?”, es la pregunta que encontramos varias veces en el Evangelio de San Juan. Se trata de la identidad de Jesús, de la que dependen tantas cosas, incluida toda nuestra vida.
Pero en este pasaje nos fijamos en la identidad del Bautista, que de alguna forma refleja, prepara e ilumina la identidad de Jesús.
A la pregunta y a las hipótesis de los levitas, el Bautista contesta: “Yo soy la voz del que clama en el desierto”. San Agustín subraya el hecho de que Juan era la voz, pero el Señor es la Palabra que existía desde el principio (cf. Jn 1,1). Si quitamos la palabra, ¿para qué sirve la voz? Quizá la voz llegue al oído pero, sin palabras no edifica el corazón. No solo eso sino que Juan es la voz que “grita” en el desierto, en la aridez de un mundo sediento de salvación.
Esta confesión de Juan nos sugiere algo sobre nuestra identidad, en concreto de la importancia de ser verdaderos apóstoles. Un cristiano no está llamado principalmente a transmitir un mensaje moral, enseñar unos dogmas de fe, sino a manifestar a Jesucristo en su vida. Un cristiano es la voz que clama en su época más o menos desierta y dice “Emmanuel, Dios-con-nosotros”.
Es lo que han hecho los santos desde el principio de la Iglesia, como San Pablo que afirma: “No me he preciado de saber otra cosa entre vosotros sino a Jesucristo, y a éste, crucificado” (1Cor 2,2). O cómo San Josemaría que a veces describía su norma habitual de conducta con estas palabras: “ocultarme y desaparecer es lo mío, que sólo Jesús se luzca” (Carta 28-I-1975).
(Frases extractadas de https://opusdei.org/es-py/gospel/evangelio-2-enero-navidad/).