La inversión en educación es fundamental, la ignorancia es carísima para toda la sociedad. La tarea del maestro no es enseñar, sino lograr que el alumno aprenda, para ello deben brindar formación, contención, apoyo, acompañamiento, paciencia, tolerancia, educación y cultura, por ello su noble labor debe ser valorada por la sociedad y ser retribuida monetariamente de forma adecuada.
Tampoco podemos plantear que inversión en educación es el equivalente a aumentar salarios a los maestros, se precisa de transformaciones profundas en capacitación, tecnología, infraestructura y condiciones que permitan que nuestros niños y jóvenes puedan tener mejores opciones para desarrollar sus capacidades al máximo potencial, a fin de cultivarse como seres humanos íntegros, como ciudadanos comprometidos, además de que posean la capacidad de generar riqueza y bienestar para su vida futura.
Debemos exigir que los maestros reúnan los estándares de alta calidad en sus propias habilidades para cumplir la labor de despertar interés e inspirar a nuestros niños y jóvenes, moldeando sus inocentes mentes y emociones hacia la excelencia. Para ello, el Ministerio de Educación ejerce el rol de fijar condiciones y controlar su cabal cumplimiento, sobre las capacidades académicas y éticas de los maestros que guiarán por la senda del saber a los estudiantes.
La producción de riqueza material promueve trabajos de especialidad con generosas pagas, mientras que el “cuidado al otro” usualmente recibe menores retribuciones, como ser la docencia, enfermería y policía. ¿Se trata de un dilema moral, o será que, para estas profesiones, no se exige el mismo nivel de capacitaciones y evaluaciones de desempeño que se requiere en las demás áreas?
Definir monetariamente el aporte docente resulta complejo, pues quizás un turno de 4 horas en aula podría representar 2 horas más en preparación de clases y corrección de exámenes, pero también deberíamos ingresar al cálculo, las varias semanas de vacaciones que prácticamente no existen en otros empleos, además de la desproporcionalidad de la edad exigida para jubilación versus otras profesiones.
Debemos velar por la salud mental, intelectual y financiera de los ciudadanos, para ello, debemos respetar y valorar a los maestros. Afrontamos una realidad donde la educación virtual resultó mejor que nada, pero no equipara a las clases presenciales. La educación está en terapia intensiva y para colmo sufrimos de una terrible debilidad institucional (no privativa al sector educativo). Las instituciones son los comportamientos que se vuelven estructuras, si nuestra conducta es débil e inapropiada en moral, ética, confianza y desarrollo de vínculos, estas formas de conducta se institucionalizan convirtiéndose en normas.
Los niños deben ser el centro e interés superior de la política educativa, deben ser sujetos de derechos y no debemos permitir que sean objetos de extorsión para conseguir mejoras salariales, pues nos alejaríamos de la ética que debe ser la base de la educación. Dios ilumine nuestras decisiones y acciones.