29 mar. 2024

La decisión de Sophie

Alberto Acosta Garbarino, presidente de Dende.

Esta semana quedé muy impresionado con el mensaje que un amigo envió a un grupo de WhatsApp en el cual con argumentos muy convincentes se oponía al ingreso de los paraguayos que volvían del Brasil, muchos de ellos contagiados por el Covid-19.

Todos sabemos que el Brasil ha sido el país de la región más irresponsable en la prevención de la pandemia y, en contrapartida, el Paraguay ha sido uno de los más responsables.

Este amigo reconoce el derecho constitucional que tienen nuestros compatriotas de volver a su patria, donde se encuentran sus raíces, sus familiares y sus afectos.

Recordemos que el artículo 68 de nuestra Constitución dice “nadie será privado de asistencia pública para prevenir o tratar enfermedades, pestes o plagas”.

Pero por otro lado mi amigo consideraba que el ingreso masivo de compatriotas infectados ponía en riesgo la salud de millones de paraguayos que con gran esfuerzo personal y económico habían respetado la cuarentena para impedir la propagación del virus.

A ellos también les ampara la Constitución que en el mismo artículo 68 dice “el Estado protegerá la salud como derecho fundamental de la persona y en interés de la comunidad” y en su artículo 128 dice “en ningún caso el interés de los particulares primará sobre el interés general”.

Este problema que plantea mi amigo es lo que se llama un dilema ético, es decir un problema donde es muy difícil definir cuál de las soluciones es la correcta, sobre todo cuando ambas opciones son malas.

Este dilema ético, con un terrible dramatismo nos mostró la película La decisión de Sophie donde una brillante Meryl Streep interpretaba a una mujer sobreviviente de Auschwitz que estaba por subir a un tren para dejar atrás el campo de concentración.

Ella iba acompañada de sus dos hijos pequeños y antes de subir al tren un sádico oficial nazi le dice que solamente podía llevar a un hijo con ella y no a los dos. La terrible decisión de Sophie fue tener que elegir entre salvar la vida a un hijo o dejar que los dos murieran.

En este momento de grave crisis sanitaria y económica nos encontramos con muchísimos dilemas éticos: Mantener la cuarentena y proteger la salud o levantar la cuarentena y permitir que la gente trabaje y pueda comer; dejar volver a compatriotas infectados del exterior o proteger a los compatriotas que viven en nuestro país.

También al escoger los sectores que se irán liberando en las diferentes fases de la cuarentena inteligente, de alguna manera estamos eligiendo -al igual que Sophie- a quienes les vamos a dejar vivir y a quiénes no.

Los reclamos de Ciudad del Este, de los shopping, de los restaurantes, de las peluquerías son absolutamente legítimos, pero son igualmente legítimos los temores de muchísima gente, a que el virus se propague y que tengamos miles de muertos.

Ante estos dilemas vamos a tener que elegir el mal menor, pero de nuevo aquí tenemos un gran dilema: Quién define cuál es el mal menor.

¿Define un asalariado que tiene un ingreso asegurado o un cuenta propista que debe ganarse el ingreso todos los días?

¿Define un joven que aparentemente tiene menos riesgos o una persona mayor que se encuentra en el sector más vulnerable?

La situación no es fácil y cualquiera sea la posición de cada uno, habrá miles que pensarán lo contrario y con razón… o con parte de la razón.

En estos casos las personas que ocupan posición de liderazgo en nuestra sociedad deberían tener mucha prudencia en sus opiniones y en sus acciones.

Este es un momento en que necesitamos escuchar mucho más a referentes de la filosofía y de las religiones y menos a referentes de la política y de la economía, porque necesitamos apaciguar los ánimos y serenar los espíritus.

Porque tendremos que tomar ahora, decisiones difíciles… como la de Sophie.

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