Hay videos grabados que muestran a numerosos jóvenes brasileños pasando tranquilamente a la noche bajo las alambradas para no perder sus estudios en las universidades paraguayas, sin que sean controlados si son portadores del Covid-19.
La frontera seca entre Paraguay y Brasil tiene 438 kilómetros de extensión desde Salto del Guairá, Canindeyú, donde acaba el límite fluvial del río Paraná, hasta Bella Vista Norte, en Amambay, donde comienza la divisoria del río Apa y el arroyo Estrella. En gran parte el límite es apenas un polvoriento camino de tierra o un descascarado hito de cemento en medio de la nada, sin ningún tipo de vigilancia.
Si alguien quisiera entrar ilegalmente de Brasil a Paraguay, bastaría con trasladarse hasta unos pocos kilómetros en las afueras de cualquier ciudad de la frontera seca (en Brasil casi no existen restricciones de movilidad) y cruzar a pie, en moto o a caballo, por algunos de esos sitios desguarnecidos.
No existen cámaras de circuito cerrado entre los árboles o los pastizales. No hay patrullas ni ejército suficiente para cubrir tamaña extensión limítrofe.
Este es el verdadero peligro que nos acecha y no el de los compatriotas que se aglomeran en el Puente de la Amistad pidiendo retornar legalmente con todo derecho a su patria, aquellos que se exponen a las inclemencias del frío, el sol o la lluvia, sabiendo que luego deberán cumplir largas cuarentenas en los albergues, y que además serán víctimas de estigmatización por parte de compatriotas poco solidarios, pero se someten igual a todo este calvario porque quieren hacer las cosas de manera correcta.
El Brasil, vecino país con el que nos une una historia conflictiva e intereses geopolíticos, se ha vuelto el mayor foco potencial de contagio del Covid-19 debido principalmente a la irracional actitud de su presidente, el ultraderechista Jair Bolsonaro, quien menosprecia los efectos de la pandemia. Las últimas cifras reportan 14.817 muertes y 218.223 casos confirmados. Un estudio de la Universidad de Washington estima que más de 88.000 personas morirían en Brasil para agosto si no se cambia la manera de enfrentar la pandemia.
Sin que sea una actitud xenófoba, el Gobierno paraguayo debe asumir una postura más crítica ante el riesgo de un contagio masivo desde Brasil, reforzando el control de las fronteras, principalmente en las zonas más permeables, y por sobre todo cortando de raíz el contrabando de productos que siguen llegando desde el otro lado con igual riesgo de transmitir el temible virus.
Sería una pena que todos los esfuerzos que hemos realizado en estos meses de pérdidas económicas, laborales, culturales, afectivas y hasta de salud mental, con importantes logros en términos de control de la pandemia, se echen a perder por no tener el debido cuidado ante una nueva invasión.