Las señales en torno al ritmo económico y el crecimiento del PIB para este año no resultan muy alentadoras, desde la perspectiva de la producción agrícola (habría menos exportación de soja, principalmente) y, de manera coyuntural, desde el ámbito de las obras públicas, que aún no despegaron durante la actual administración. La diversificación, por su parte, aún duerme el sueño de los justos.
Los dos segmentos primeramente expuestos tienen su aporte al PIB y brindan el panorama de que cada año se sigue dependiendo del buen clima –por un lado– y del consenso entre el Gobierno y las empresas proveedoras, en un proceso que debe distar de las controversias en torno a licitaciones fraudulentas, para avanzar con la imperiosa necesidad de proveer a la población de las comodidades en cuanto a caminos, centros educativos y sanitarios, luz eléctrica de calidad, etc.
Sumado a ello, los pequeños productores (principalmente frutihortícolas) siguen pidiendo más asistencia crediticia y técnica al ministerio del ramo, ya que se deben revertir las falencias estructurales que derivan en escasez de lo primordial para la mesa cotidiana de las familias. Ergo, hay que seguir importando cultivos que bien podrían ser abastecidos por connacionales si hubiera tecnología y mayor conocimiento para aprovechar el suelo y el clima.
Los espacios en los medios reflejan más el carácter organizativo de los sectores productivos de gran envergadura, aquellos que alzan su voz de reclamo y son escuchados inmediatamente, porque sus comunicados calan hondo en la estructura del Estado. Pero existe también la demanda de grandes franjas poblacionales que adolecen de acompañamiento estatal, quedan muy relegados y son el último eslabón de la cadena.
La llamada agricultura familiar campesina transita un devenir semiestático, sin muchas transformaciones, al no experimentar el avance de la tecnología ni lograr la conversión del esquema meramente de sustento hacia las posibilidades de mayor renta. Se asiste así al resultado de la poca capacidad de colocar la gama de cultivos clásicos de este modelo productivo en los mercados, prescindiendo de los intermediarios y logrando el éxito comercial que les permita dignificar su vida a muchos campesinos.
Llegará de nuevo, como cada marzo, el tiempo del reclamo campesino, traducido en la cíclica marcha que se replica desde hace décadas, ciertamente con su contenido político y de intereses de parte de seudolíderes que –en algunos casos– terminan negociando con las autoridades de turno, para concluir con una masiva retirada penosa y con poco éxito.
Analistas recomiendan un nivel de crecimiento mayor al promedio anual, para alcanzar cierto grado de desarrollo y la riqueza para hacer frente a la deuda interna (las postergadas obras, el mejoramiento de la salud y la calidad educativa, etc.); además de aminorar el pasivo a nivel internacional producto de la emisión de bonos soberanos.
La diversificación citada puede traducirse en más aprovechamiento de la energía renovable (hidroenergía) al servicio industrial; en un mayor apalancamiento de las mipymes; en generar cadenas productivas con más tecnología o potenciar el sector servicios, aprovechando la importante franja poblacional joven.
Todo depende, en definitiva, de una política de Estado direccionada a crear fuentes de trabajo genuinas, y no de engrosar nóminas de funcionarios públicos carentes de eficiencia.