14 feb. 2025

Fuera de las estadísticas

Carolina Cuenca

Llega fin de año y famoso es que comienzan a publicarse las estadísticas que comparan las muertes, los nacimientos, porcentajes de endeudamiento... vida, dinero, migración, accidentes, tanto es lo que se puede contabilizar y analizar desde esta perspectiva. No está mal, “el orden es la mitad del trabajo” decían los decentes alemanes de antaño, y las estadísticas ayudan. Pero hay acontecimientos, circunstancias, razones que están fuera del rango de eso que ya casi petrificamos como “lo único” razonable, lo cuantificable, lo que consideramos de alguna manera controlable. Uno de esos sucesos ocurrió en mi entorno familiar en fechas cercanas a la Navidad. Murió Luquita, un niño de Ypacaraí que luego de 15 años de vida digna, en su auténtica y amplia acepción, entregó su alma y dejó a toda la comunidad un mensaje de esperanza. En serio. La excepcionalidad es tan humana como la razón y lo que ocurre rutinariamente como el respirar, el hablar, el caminar, para muchos se puede vivir en una dimensión que podemos llamar milagro. Lucas es una prueba cercana de ello. Un niño diagnosticado con pocas probabilidades de vida desde su nacimiento. Pequeñísimo, estructuralmente frágil, dañado en órganos vitales. Sus padres, guerreros de cepa paraguaya, lucharon por su vida de una manera admirable.

Con severa deficiencia renal, entre otras complicaciones, se suponía que a lo sumo viviría dos años, y mal, pero lo despedimos al poco tiempo de haber cumplido sus 15. Fue el mejor egresado durante años, le gustaban relatar historias, filmar, inventar, cantar. Saboreaba el mundo, la vida; esas cosas que suelen provocarnos argelerías, él estaba dispuesto a vivirlas con pasión. Era un chico feliz que hizo felices a todos los que lo rodeaban y eso no se los digo como epitafio sentimental, sino como simple y llana recopilación de cientos de hechos y recuerdos de los que lo trataron en la casa, en el barrio, en la escuela, en la iglesia y en el hospital, donde pasó muchísimo tiempo. En su velatorio se lanzaron globos, flores y la iglesia abarrotada conmovió al pueblo entero con sus aplausos para el campeón de la comunidad en su última aventura. Fue la despedida de un amigo que sin duda cumplió su misión y antes de irse consoló y animó a todos.

El pequeño que no estaba dentro de los cálculos, de lo estadísticamente probable, de lo preventivamente aconsejable. Dejó su huella humana, tan bella y genuina, cargada de interrogantes pero también de certezas y, sin duda, con más positividad que muchos que nos consideramos viables, sanos y estadísticamente aptos. Su victoria sobre las estadísticas fue el triunfo de todos porque nadie puede sentirse fuera, inútil.

Qué bueno que sus padres hayan dicho sí a su vida, saltando las barreras del miedo que a tantos lleva a rechazarla. Un riesgo que valió mucho la pena.