Por Sergio Cáceres Mercado
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Manteniendo solo algunos elementos de la historia original, esta vez el simio gigante se enfrenta a humanos y criaturas de su propio mundo. El enamoramiento y secuestro de la rubia humana ahora se reduce a una simple empatía mutua. El contexto es otro: el fin de la guerra de Vietnam y la derrota de Estados Unidos.
En ese contexto de principio de mediado de los setenta, una expedición va en busca de la isla misteriosa y se encuentra no solo con King Kong sino con toda una flora y fauna de grandes proporciones, así como una cultura que vive en armonía con la naturaleza. Por supuesto, son los invasores los que traen el desequilibrio y con su ambición desmedida solo logran despertar la furia de Kong, quien esta vez es el líder protector de la isla.
Así vista, la película es una fábula sobre los destrozos que la tecnología y la avaricia del hombre infligen sobre criaturas inocentes, con el posterior desequilibrio natural que todo eso implica. La violencia que vemos en King Kong es en realidad su reacción hacia lo que recibe de parte de los humanos invasores. El alto precio se paga no solo con vidas humanas, sino también con el deterioro del frágil equilibrio ecológico y la diversidad de la vida.
En medio de un equipo de actores de excelente nivel, destaca una banda sonora que toma protagonismo al dar destaque a los clásicos del rock que sonaban cuando Vietnam era todo aquello que la contracultura odiaba. La edición tiene mucho de los trucos usados en videoclips, pero también aprovecha la acción y el suspenso para resaltar tomas arriesgadas y de gran envergadura.
King Kong representa el modo en que buena parte de la industria del cine actual concibe la manufactura de películas para el público masivo: todo a gran escala, tratando de superar los extremos e ir siempre más allá. Cada vez que el gigante gorila aparece en la pantalla de los cines, va creciendo en magnitud y fuerza. Menos de eso no podemos esperar.
Calificación: *** (buena)