26 abr. 2024

Este singular año, De Vitoria y un aprendizaje

Carolina Cuenca

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Tantos amigos con hijos en edad escolar comparten sus experiencias en este singularísimo año que está llegando a su fin, el cual fue marcado por la pandemia que ha hecho mella en todos, pero particularmente en los niños, sus padres y maestros con las respuestas que el sistema dio y exigió para tratar de paliar en algo la suspensión de las clases presenciales.

De alguna manera, los padres redescubrieron de forma dramática la importancia de la intervención de los adultos en la educación de los niños, principalmente para avanzar con las lecciones de clases virtuales y las famosas tareas, pero además para equilibrar esas exigencias con sus otras necesidades y deseos.

También los docentes sintieron el golpe ante la necesidad de empujar y sostener, sin estar físicamente al lado de sus alumnos.

Creo que fue un año en que esa presencia personal, como eje de las relaciones humanas, volvió a entrar por la puerta principal de la casa común que hace rato la tenía disminuida y arrinconada, casi reemplazada por esquemas tecnicistas o políticos que ponen más énfasis en armar discursos , proponer planes, y generar estructuras, antes que observar la realidad y actuar conforme a ese parámetro.

Quizás muchos padres nos acomodamos demasiado a un estilo de vida en relación con nuestros hijos, que nos tenía como alienados. En ese sentido la pandemia fue un despertar de la conciencia.

Sin los profesores cerca, cayeron las fichas de muchos y esa presencia paternal y maternal tan necesaria para los niños, y que tanto aconsejan psicólogos y avalan las investigaciones, tuvo que ocupar de nuevo su sitial, ya sea en forma positiva y esperanzadora con padres en acción dispuestos a asumir el desafío, ya sea en forma interrogativa o angustiante en los casos en los que no se concretó.

Con todo su dramatismo, ese eje transversal de la educación paraguaya llamado “familia” se hizo visible y carnal en estos meses de sufrido proceso escolar a distancia.

También redescubrimos que los niños necesitan marcos referenciales claros y sencillos, en los que la presencia de sus padres es esencial.

Pero ¿qué hacer ante la necesidad de abastecer, cubrir, sostener materialmente la familia, pasando gran parte de la jornada laboral fuera de casa o concentrados en las actividades profesionales, aun dentro de ella?

¿Es acaso el sentimiento de culpa el camino de los padres para terminar de entregar al Estado la hegemonía de la tutela material y moral de nuestros propios hijos? ¿O habrá un punto realista en el que nuestra condición de padres se encuentre positivamente con la subsidiariedad del estado, en función al bien de nuestros niños?

Sí, es necesario un reencuentro entre la naturaleza de nuestra condición de adultos responsables, la inteligencia de esa realidad y la voluntad social y política para respetar y fomentar desde el poder lo que es más sano y positivo para los chicos.

“La institución familiar es una exigencia de la naturaleza; es la primera y la más espontánea de las asociaciones humanas”, afirmaba De Vitoria, y, por tanto, nunca se podrá formatear desde el poder un sistema cultural tan “eficiente y perfecto” que se desentienda de la presencia personal y libre de los padres en la vida de sus hijos.

Hay crisis en varios órdenes, hay límites, pero tenemos la libertad que “es más útil que cualquier otro bien privado”, como explicaba De Vitoria.

En la forma de intervenir y de “estar allí” de los padres en la familia se esconde ese aprendizaje realmente importante sobre la dignidad humana que, con pandemia o sin ella, debemos considerar como urgente.

Cuidado, el verdadero peligro para nuestra historia en común no es solo la amenaza del virus, la inestabilidad económica o la corrupción, sino que tiene que ver con renunciar a ser protagonistas de nuestro propio desarrollo. La dignidad pasa y va de la mano con nuestra libertad.

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