Jesús –lo confirmó también San Pablo en la Carta a los Efesios (2, 12-22)– es aquel que «vino a servir, no a ser servido». Y el primer regalo que hemos recibido de Él es el de una identidad. Jesús nos ha dado una «ciudadanía, pertenencia a un pueblo, nombre, apellido». Retomando las palabras del apóstol, quien recuerda a los paganos que cuando estaban sin Cristo estaban «excluidos de la ciudadanía», el papa Francisco destacó: «Sin Cristo no tenemos una identidad».
De pueblo disgregado, compuesto por hombres aislados los unos de los otros, Jesús con su servicio «nos acercó a todos, nos hizo un solo cuerpo». Y lo hizo reconciliándonos a todos en Dios. Así, «de enemigos» llegamos a ser «amigos» y de «extraños» ahora podemos sentirnos «hijos».
Por eso «el cristiano es un hombre o una mujer de esperanza», porque «sabe que el Señor vendrá». Y cuando esto suceda, aunque «no sabemos la hora», no querrá «encontrarnos aislados, enemigos», sino como Él nos ha hecho gracias a su servicio: «Amigos, vecinos, en paz».
Por eso es importante, concluyó el papa Francisco, preguntarse: «¿Cómo espero a Jesús?». Pero sobre todo: «¿Espero o no espero» a Jesús? Muchas veces, en efecto, también nosotros cristianos «nos comportamos como paganos» y «vivimos como si nada debiera suceder». Tenemos que estar atentos a no ser como el «egoísta pagano», que actúa como si él mismo «fuera un dios» y piensa: «Yo me las apaño solo». Quien actúa de esta manera «acaba mal, termina sin nombre, sin cercanía, sin ciudadanía».
En cambio, cada uno de nosotros se debe preguntar: «¿Creo en esta esperanza de que Él vendrá?». Y aún más «¿Tengo el corazón abierto, para sentir el ruido cuando toca a la puerta, cuando abre la puerta?».
(Frases extractadas de http://www.vatican.va/content/francesco/es/cotidie/2014/documents/papa-francesco_20141021_espera-esperanza.html).