Esta fuga no impresiona por la insignificancia de su túnel, de apenas quince metros de largo. Cuando, en 2015, el cartel de Sinaloa sacó al Chapo Guzmán de la cárcel de máxima seguridad El Altiplano, mandó construir una obra de soberbia arquitectura subterránea de un kilómetro y medio de longitud que el narco recorrió en motocicleta.
Hubo evasiones que se hicieron famosas por la habilidad de sus personajes en obtener documentación falsa, como ocurrió en Medellín en 2014 cuando cuatro miembros del grupo criminal Los Urabeños abandonaron la cárcel con órdenes de libertad fraguadas. En Pedro Juan Caballero no hacía falta falsificar nada. Allí el sistema presidiario no tenía fotos ni conocía el nombre de muchos de sus reclusos.
Hubo huidas célebres porque se lograron con elementos precarios como cucharas y cuchillos de cocina y por el ingenio empleado en disimular los ruidos, la arena o la comunicación con el exterior. Un ejemplo de esto fue la mítica fuga del médico Agustín Goiburú de la Comisaría Séptima de Asunción en 1970. Lo del Amambay, por el contrario, era una fiesta: Herramientas adecuadas, guardianes compinches, ninguna preocupación por ser vistos o escuchados.
Tampoco pasará a la historia por riesgoso este operativo. Una parte de los presos se habría retirado elegantemente por el portón principal del presidio. Nada que ver con el heroico escape que en 1962 protagonizaron Frank Morris y los hermanos Anglin al escaparse de Alcatraz, el centro de detención más seguro de los Estados Unidos situado en una isla rodeada por las violentas corrientes de la Bahía de San Francisco.
Hubo escapes prodigiosos por la introducción clandestina de armas dentro de las prisiones. O lo que parecía serlo: En 1934, John Dillinger, enemigo público número 1 de la época, se escabulló apuntando a todos con una pistola de madera. En el caso nuestro no hacía falta ni una mísera navaja. No había nadie a quien asustar, los guardias estaban al tanto y deseaban éxito a los viajeros.
Finalmente hubo episodios en los que lo extraordinario fue la exhaustiva investigación posterior al escape. En 2018, por ejemplo, un admirable trabajo de la Policía francesa permitió recapturar a Rédoine Faïd, quien se había convertido en la persona más buscada luego de haberse escapado de la prisión tres meses antes en un helicóptero.
Eso no ocurrirá en nuestro caso. Aquí asistimos a una bochornosa serie de peleas y chismes entre los improvisados e indolentes funcionarios que supuestamente deberían aclarar lo sucedido.
En definitiva, lo de Pedro Juan Caballero ni siquiera califica como fuga. Fue una salida amigablemente pactada -y muy bien pagada- entre el PCC y uno de los sistemas judiciales más corruptos del mundo.