En la obra se pudo disfrutar, primero, de excelentes actuaciones de los protagonistas. José Luis Ardissone brinda un toque coloquial a su delicado personaje, sin perder la grandiosidad que precisa el rol en sí.
Luego, la interpretación de Ana María Imizcoz, actriz completa, ofrece un cariz dulce en su personaje de sicóloga. La terapeuta, profesional correcta y preparada, atea, maneja sutilmente los momentos en los que aparece primero “la persona”, sorprendida o incrédula, antes de que la profesional, y luego vuelve a su profesionalismo para responder al angustiado consultante.
A su turno, el actor Matías Miranda, joven talento, logra del espectador toda la empatía hacia una persona con autismo, así como hacia quienes deben cuidar de ella. En los breves momentos en los que aparece en escena, Miranda consigue hacer pensar al espectador, ese mundo aparte de cualquier persona que convive con una limitación en la salud, y también, en la difícil vivencia de quienes deben cuidar y ofrecer a esas personas limitadas, una calidad de vida digna y feliz. Los diálogos de la puesta son un placer para el espectador ávido de debates filosóficos, sociológicos, y en ningún momento genera disgustos o rechazo en torno a los aspectos de la religión.
Con humor, el planteamiento de las reflexiones, de las preguntas existenciales, de los reclamos, ya sean humanos o divinos, logran hacer pensar y también reír. La acertada dirección fue de Patricia Reyna.