Esta fue una pregunta concreta que el colega Luis Bareiro en su programa del domingo último planteó a Santiago Peña. El presidente electo respondió: “Lo primero; pero le doy un valor enorme a tener una identidad política”. Expresión que profundizó más adelante al rematar que para desempeñarse en el ámbito del poder se necesita gente “que baje a la política, que se involucre en la política”, dijo que lo comprobó cuando fui ministro de Hacienda durante el gobierno de Cartes, cuando le tocó tratar con intendentes, gobernadores, diputados y senadores “y veía ese juego de interés”.
Aclaró que cuando dice a la gente que los cambios no se hacen solamente teniendo los títulos en la pared, no es que desconozca la importancia de estos, puesto que es su propia historia, pero insistió en que “no solamente con títulos vas a generar los cambios”.
En esta suerte de “sí, pero no” hay que agregar un aspecto clave que Peña destacó al responder cómo integrará su Gabinete y decir que buscará entre los 2.600.000 colorados personas con alta competencia técnica en cada una de las áreas. Y solo si no llega a encontrar alguien de una especialidad muy particular afirmó que no tendría problema de nombrar a una persona ”con tremendo talento”. Entendemos que sin importar su ideología o pertenencia política.
Con base en sus expresiones, para el electo presidente la identidad política se desarrolla solo involucrándose en la política, y mejor si en y desde el Partido Colorado. Esto deja fuera a miles de personas que no están afiliadas a partidos ni movimientos políticos, pero desarrollan acciones políticas en diferentes ámbitos donde producen cambios y contribuyen al engrandecimiento del país, luchando por los intereses públicos.
El maestro que abre las mentes de niños y jóvenes y genera conciencia ciudadana en ellos, o las madres de un asentamiento que se autoconvocan, organizan, trabajan y sostienen un comedor comunitario ¿Tendrán identidad política?
Pienso en el o la joven que estudió en el exterior mediante una beca y regresa al país con la ilusión y empeño de contribuir desde su área de formación, pero no está afiliado a partido ni movimiento político alguno. O quizá pertenece a uno que no es el partido oficialista.
Este tema ya fue motivo de alarma durante la campaña electoral cuando Peña dijo en un acto con funcionarios de Itaipú: “Lastimosamente, hay muchos correligionarios que no entienden, que creen que los cargos que tienen son porque son guapitos, porque tienen la pared llena de títulos. Está llena de gente con títulos, pero los que llegan a los cargos llegan gracias al Partido Colorado”. Ahora se ratifica en que solo con académicos no se logran los cambios. El tema es que tampoco con políticos de un partido que hace tiempo se vació de principios y dejó de tener entre sus filas a hombres y mujeres respetables por su pensamiento, decisiones, conducta y aporte a la nación.
En realidad, los cambios vienen si hay voluntad política y si se convoca a los mejores hombres y mujeres, que además de conocimiento del Estado e idoneidad para el cargo, deben ser honestos y patriotas y tomar el servicio público como una misión sobre la que tienen que rendir cuentas a sus compatriotas. Todo lo contrario a si se baja a la arena política para detentar el poder y defender los intereses de una facción del partido político del que se forma parte, en lugar de mejorar la calidad de vida de los conciudadanos, sin distinción. Esto no es hacer política, sino aprovecharse de la política para beneficio de algunos.
Qué saludable puede resultar el pluralismo en el gobierno así como la paridad hombre-mujer. Más aún cuando quien va a gobernar el país dice que debe demostrarle “a mucha gente” que va a tomar las mejores decisiones en beneficio “de todos los paraguayos”. Ya veremos quién entra en ese “todos”.