19 abr. 2024

El PCC y los incómodos Rotela

Alfredo Boccia Paz - galiboc@tigo.com.py

La escena de los presos decapitados y quemados en la Penitenciaría de San Pedro es aterradora, pero no del todo sorprendente. En las cárceles del Brasil, terreno donde el Primer Comando Capital (PCC), el Comando Vermelho (CV) y otras facciones regionales dirimen el control del tráfico, violencias de este tipo han dejado de ser novedosas. Con más de medio millar de soldados del PCC y el CV detenidos en prisiones de nuestro país –cerca de la mitad de ellos paraguayos “bautizados”– era lógico suponer que la lucha por el dominio de la ruta de la droga se extendería al interior de nuestros presidios. El PCC, particularmente, venía trabajando en expandir su red desde hace una década, pero se encontró con una realidad incómoda: El clan Rotela.

Armando Rotela es un hombre joven, dedicado al microtráfico de drogas hace muchos años. Desde los sórdidos y carenciados bajos del Bañado Sur asunceno llegó a establecer una organización de distribución de crac que hacía llegar la mercadería a bares, boliches y colegios de la capital y ciudades del área central. Su aureola mítica en el ambiente delincuencial fue creciendo a medida que sobrevivía a enfrentamientos, protagonizaba una fuga espectacular de la cárcel de Misiones y perfeccionaba un eficiente sistema de delivery de crac, marihuana y cocaína usando una legión de motos y niños.

Casi toda su familia está involucrada en su rubro laboral. Hasta su hija de doce años fue utilizada para introducir droga dentro de su mochila escolar en una penitenciaría. Hoy casi todos ellos están presos y cumpliendo condenas. Armando, recapturado hace tres años en Pirayú, descubrió que sus negocios podían proseguir desde la cárcel. Pronto, el clan contaría con una pandilla de colaboradores, “pasilleros”, adictos, dispuestos a hacer de todo con tal de conseguirse su dosis. Los Rotela se hicieron dueños del microtráfico en todas las cárceles nacionales.

La realidad con la que se encontró el PCC es que nuestro mercado doméstico está controlado por paraguayos, a diferencia del comercio transnacional operado por megaorganizaciones. Los precios que se manejan son muy inferiores, pero el negocio genera grandes ganancias. El chespi es la droga de los marginales; accesible, pero altamente adictiva y dañina. En ese marco de pobreza, los Rotela destruyen la estampa de los narcos poderosos, rodeados de lujos y guardias.

La chispa que dio inicio a la masacre de San Pedro había ocurrido un mes antes, cuando fue asesinado en Tacumbú un peligroso integrante del PCC llamado Wilson Diana. El crimen fue atribuido al clan Rotela.

La respuesta del PCC fue típica. Los muertos de San Pedro pertenecen al bando rival. Debe haber existido un “Salve”, nombre que la organización da a sus comunicados internos con órdenes jerárquicas. Era necesaria una venganza que demarcara la cancha del poder en los presidios. Esta pelea los Rotela la van a perder. Son locales, pero inmensamente inferiores en estructura. Mientras, con la superpoblación y corrupción de nuestro sistema carcelario, nosotros tendremos que acostumbrarnos –como en el Brasil– a convivir con el espanto.

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