Una de las escenas de la película El hombre de acero nos muestra a un Clark Kent de niño en un aula de clases. Su maestra está impartiendo una lección. Clark todavía no es conocido como Superman, pero ya empieza a desarrollar sus poderes peculiares.
De repente él empieza a sentirse abrumado: escucha todo con mayor intensidad y nitidez, desde el contacto de la tiza en la pizarra, las voces de sus compañeros y compañeras, el golpeteo de lápices hasta las manecillas del reloj. Su maestra se percata de que él da signos de estar asustado, por lo que se aproxima y le pregunta “¿Estás bien, Clark?”. En ese momento él se da cuenta de que tiene la visión de rayos X y puede ver los órganos y huesos de ella. Esto lo atemoriza en gran manera y sale corriendo del salón hacia el pasillo, tapándose los oídos en desesperación, como queriendo silenciar todo lo que está experimentando.
Clark se mete a una pieza donde guardan los productos de limpieza y llavea la puerta. Su maestra y todos los estudiantes de su clase salen detrás de él –algunos por preocupación y otros por curiosidad–. La docente golpea la puerta e intenta disuadirlo para que salga, gira el picaporte constantemente y le dice: “Llamé a tu mamá”, a lo que un enojado y agobiado Clark responde calentando el picaporte con su visión calorífica para que ella no vuelva a tocarlo.
En eso llega corriendo Martha Kent (su mamá adoptiva y quien conoce el secreto de que Clark en realidad es Kal-El del planeta Krypton). “Estoy aquí. Clark, es mamá. ¿Abrirías la puerta?”. Clark ve a través de las paredes y escucha con perfección los susurros despectivos de los demás niños hacia él. Está sentado, llorando, con las manos todavía puestas sobre sus orejas. “Cariño, ¿cómo puedo ayudarte si no me dejas entrar?”, le dice Martha con una voz que solo las madres poseen en un momento crítico. Clark reacciona diciéndole: “El mundo es demasiado grande, mamá”. Martha se arrodilla frente a la puerta y le susurra del otro lado: “Entonces hazlo más pequeño”.
Es en ese diálogo de una historia ficticia que encontramos una profunda verdad sobre el liderazgo personal y empresarial: necesitamos hacer nuestro mundo más pequeño. Debemos editarlo; de lo contrario, vamos a abrumarnos, a desgastarnos y terminar inefectivos en nuestros esfuerzos.
Existen un sinfín de causas y de problemas en los que podríamos involucrarnos (desde la ADEC misma). Hay una larga fila de personas que demandan nuestro tiempo. El catálogo de libros, de capacitaciones, la cantidad de invitaciones, emails y notificaciones no paran. ¿En qué y en quiénes nos enfocaremos? ¿Cuáles serán las batallas que elegiremos pelear? Si no reflexionamos en esto dispersaremos nuestra fuerza a todas las direcciones.
Que nuestro mundo sea más pequeño no significa que convirtamos al resto en menos importante. Pero entendemos la diferencia entre estar ocupados y estar enfocados.