12 jun. 2025

El mitã’i al que no dejaron elegir otro destino que morir matando

Alejandro Antonio Ramos, el joven del EML muerto a tiros, empezó a disparar una AK-47 a los 14 años de edad. Su historia es la de muchos niños y niñas que no pueden escapar de un dramático conflicto.

Andrés Colmán Gutiérrez

Alejandro Antonio Ramos Ramírez tenía apenas 5 años de edad en febrero de 2006, cuando escuchó por radio que su papá había caído preso en Puentesiño, por ser “guerrillero”. Era difícil imaginar que esa noticia marcaría su trágico destino, obligándolo a convertirse también en un niño soldado de la banda armada, hasta caer acribillado por los disparos de militares, un atardecer del 1 de agosto de 2021, a la edad de 22 años.

“Alejandrito”, como era conocido en su comunidad de Ybyraty, Horqueta, vivía allí con sus padres, Alejandro Ramos Morel y Lourdes Bernarda Ramírez Giménez, y con su hermana Lourdes Teresita, un año mayor que él. Los vecinos lo recuerdan como un “mitã’i akahatã” (niño travieso) que se trepaba a los árboles y jugaba con sus amiguitos al fútbol en un terreno baldío.

Hasta entonces, su padre Alejandro era un destacado dirigente agrario, activo miembro de la Organización Campesina del Norte (OCN), de mucha trayectoria en el Departamento de Concepción.

En la madrugada del 6 de febrero de 2006, Ramos Morel tomó prestada la camioneta de la OCN, una Toyota Bandeirante color blanco, para llevar a Liliana Villalba desde Concepción hasta el Parque Nacional Paso Bravo, en la zona de Puentesiño, donde permanecían ocultos los miembros del grupo armado luego denominado Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP), transportando para ellos provisiones, armas y explosivos.

La camioneta fue detenida por la Policía a la entrada de Puentesiño. Tras el hallazgo del llamativo cargamento, sus tripulantes quedaron detenidos. Además de Alejandro y Liliana, estaban Rosa Villalba, Isidoro Bazán, Pablo Cristaldo Mieres y Celso Zárate Cardozo, todos ellos parientes de miembros del grupo armado, con evidentes nexos de prestar apoyo logístico.

EN EL MONTE DE ATRÁS

Alejandro Ramos Morel, al igual que los demás detenidos, permaneció pocos meses en la cárcel. Aunque su detención causó conflictos internos en la OCN, siguió perteneciendo a la organización. Con José Villalba, hermano de Carmen Villalba (fundadora del EPP), crearon la Articulación Rural y Urbana de Concepción (ARUC), que intentaba dar una legitimación social y política a las acciones armadas.

A principios de 2008, Alejandro y su esposa Lourdes solicitaron al Instituto Nacional de Desarrollo Rural y de la Tierra (Indert) un terreno que ocupaban, de 11,5 hectáreas, individualizado como lote 21, manzana 13, en la compañía Ybyraty, para establecerse como agricultores. Allí, a solo 12 kilómetros del centro urbano de Horqueta, construyeron una sencilla casa de madera, pintada de verde agua, pero no talaron el monte ni cultivaron rubros agrícolas. Con sus hijos Alejandrito, de 7 años, y Teresita, de 8, fingieron ser una familia campesina normal, sin que nadie se percate de que, dentro del monte, en su propiedad, se había instalado el campamento clandestino del EPP, con sus líderes Osvaldo Villalba, Magna Meza, Manuel Cristaldo Mieres y varios combatientes. Desde allí se movilizaban para cometer sus acciones criminales, entre ellas el secuestro del ganadero Luis Lindstron, en Tacuatí, en julio de 2008.

Para el mitã’i y la mitãkuña’i que iban creciendo, resultaba normal ver a su papá departiendo con esos hombres y mujeres vestidos de para’i en “el monte de atrás”, armados con poderosos fusiles de asalto. Más de una vez, los líderes les enseñaron a los niños a disparar, como preparándolos para lo que iba a venir.

DE LA LOGÍSTICA A LAS ARMAS

El 1 de agosto de 2009, siguiendo las huellas de una de sus vacas desaparecidas, el ganadero Cecilio Ledesma se metió en el monte de la propiedad de Alejandro Ramos y encontró el campamento del EPP. Allí estaba su vaca, completamente faenada y parte de ella cocinándose a la estaca. Los miembros del grupo armado lo encañonaron e interrogaron, pero lo dejaron salir tras amenazas de que no cuente nada.

Ledesma fue directo a la comisaría local. Dos policías acudieron a verificar y fueron recibidos con disparos. Los integrantes del EPP tuvieron que replegarse, abandonando muchas de sus cosas. Alejandro y Lourdes pidieron a sus hijos, asustados, que vayan a casa de sus abuelos, no lejos de allí, mientras ellos emprendían también la huida con sus demás compañeros. Se les había acabado la vida civil, tenían que pasar también a la clandestinidad.