En el centro de São Paulo, Miguel da Silva, de 70 años, ya tiene en sus manos un plato de arroz, verduras y proteína animal, tras haber formado fila con unas 300 personas, la mayoría mendigos.
Es mejor venir aquí que pedir en las calles, confiesa el hombre, que asegura que su pensión ha sido desviada y que el poco dinero que consigue lo destina a pagar el alquiler.
Bajo el sol impiadoso de Rio de Janeiro, también Mario Lima espera por su merienda, rodeado de cientos de ancianos, mujeres embarazadas y habitantes de calle. Para muchos, será la única comida del día. “Todo está caro. Si fuera a comprar la comida que dan aquí, serían más de mil reales (unos 170 dólares) por mes”, dice Lima, de 72 años, a quien el salario mínimo (1.045 reales) que recibe como jubilación apenas le alcanza para el alquiler y algunos gastos básicos.
EMPOBRECIMIENTO. Miguel y Mario son apenas dos caras del empobrecimiento de la sociedad brasileña en tiempos del Covid-19, que ya ha dejado más de 317.000 muertos y millones de desempleados, nuevos pobres... y hambrientos.
La pandemia acentuó una tendencia de los últimos seis años en el gigante latinoamericano, gran productor mundial de alimentos.
A mediados de 2020, el jefe del Programa Mundial de Alimentos de la ONU en Brasil, Daniel Balaban, advirtió que Brasil caminaba a “pasos largos” hacia su regreso al mapa mundial del hambre, del que salió en 2014 y al que ingresan los países con más del 5% de población en pobreza extrema.
En una pesquisa en noviembre, la Fundación Getulio Vargas halló que casi un tercio de la población sufre de inseguridad alimenticia.
El gobierno de Jair Bolsonaro, que minimizó la pandemia, auxilió desde abril pasado a casi un tercio de la población con un subsidio de 600 reales, reducido a 300 en octubre y suprimido en enero. La ayuda fue un alivio considerable, pero los más necesitados ya completan tres meses a la deriva en medio del mayor desempleo desde 2012 (13,9 millones de desocupados en 2020), el aumento sostenido de los precios y el peor momento de la pandemia.
La afluencia de esos nuevos pobres llevó a la alcaldía de São Paulo a aumentar de 7.500 a 10.000 las meriendas diarias distribuidas. También en Río “la cuestión del hambre es de extrema urgencia”, explica Bruno Dauaire, secretario de Desarrollo Social y DDHH. “Hace poco ni siquiera discutíamos la miseria y el hambre en la ciudad de Río y ahora pasamos a enfrentar esta agenda”.
Sin donaciones
La Cruz Roja de São Paulo, que reparte 2.000 cestas de alimentos diarias, reporta una disminución de donaciones en dinero de casi el 100%. “La falta de donaciones provoca un gran impacto en nuestras operaciones”, explica Bruno Semino, director ejecutivo de la referida seccional.