Roberto Codas (*)
La perspectiva que se abre en el mundo para los combustibles renovables puede ser muy promisoria para el Paraguay. Entre las diversas propuestas que se van perfilando, el etanol representa una opción inmediata.
Nuestro país tiene condiciones óptimas para ser un participante altamente competitivo y relevante en los mercados que se están constituyendo a medida que los países buscan adecuarse a las nuevas realidades energéticas globales.
En el Paraguay existen las condiciones objetivas –tierra, capital humano, etc.– para que se instalen proyectos productivos que se dediquen a la agricultura, industria, logística y todo lo demás que implica este nuevo negocio.
En cuanto a la “opción energética” que hoy se debate a nivel internacional, la cuestión clave es si somos capaces de producir energía renovable –en este caso etanol– de alta calidad y a precio competitivo.
Y la respuesta es categórica: lo podemos hacer sin duda alguna, si nos ponemos metas y condiciones adecuadas desde ahora:
- Adoptar tecnología agrícola para tener rendimientos similares a los líderes en el Mercosur (tanto en Brasil como en Argentina).
- Instalar unidades industriales con tecnología y escala suficientes para ser competitivas en condiciones de mercado exigentes y con precios no subsidiados.
En esas condiciones, la producción de etanol de caña de azúcar es de alta eficiencia, como lo han logrado en las unidades productivas líderes del Brasil, en las que por cada unidad de energía fósil utilizada en el proceso de producción, el resultado energético es ocho veces mayor (el etanol producido). Esta relación positiva entre energía utilizada y energía producida es la mejor que existe actualmente en el mundo.
Para la producción paraguaya debemos aspirar a que nuestros cultivos, sistemas de transporte e industrias tengan rendimientos iguales o mejores que los de las industrias de vanguardia en la región. Esta es la base de nuestro éxito en un mercado que, muy pronto, será altamente competitivo.
Para ello, ciertamente, el primer desafío que debemos superar es la baja productividad agrícola de la caña de azúcar en el país, que apenas llega a la mitad del rendimiento que se tiene hoy en el centro-sur brasileño y en Argentina.
Partimos de un hecho indiscutible: nuestro país es totalmente dependiente de combustibles importados (derivados de petróleo y gas). La producción local de biocombustibles será complementaria a dichos productos importados: cada litro que podamos generar con producción propia debe “descontarse” de la factura energética que actualmente pagamos cada vez que nos movemos en nuestros vehículos, en el transporte público, o utilizamos maquinarias agrícolas, de construcción civil o cualquier otra que requiera dichos combustibles para generar valor con la producción nacional.
Si trabajamos con idoneidad para ampliar el sistema productivo de la caña de azúcar en el Paraguay, además de generar importantes ingresos genuinos y ahorros de divisas, podremos cumplir cabalmente con los criterios de sostenibilidad:
- Conservación del ambiente y cero contaminación: las unidades productivas que transforman la caña de azúcar (en etanol y/o azúcares) están en condiciones de tener “cero descarga”, lo que significa que todos los residuos son utilizables productivamente y son autosuficientes para sus necesidades energéticas.
- Impacto social positivo: pocos sistemas agroindustriales tienen tanto “efecto multiplicador” como la caña de azúcar y su industria de transformación. Los agricultores, transportistas, proveedores de servicios diversos, obreros y funcionarios y sistemas logísticos generan ingresos que permiten una vida digna y productiva a miles de familias vinculadas a cada unidad productiva. Esto ya es así en varias industrias existentes en el Guairá, y pronto se tendrá igual beneficio en nuevos proyectos productivos en San Pedro, Paraguarí y otras zonas del país.
La construcción de una “nueva matriz energética” nacional, con base en la producción de biocombustibles –el etanol en primer lugar, seguido muy de cerca por el biodiésel– es tarea que debe tener máxima prioridad para todos, ya que es elemento central en el modo y la calidad de vida que podremos disfrutar nosotros y las siguientes generaciones.
(*) Columnista invitado