16 abr. 2024

El coronavirus y el choque con la realidad

Gustavo A. Olmedo B.

La epidemia del coronavirus está cada vez más cerca de nuestro país. Ayer se confirmó el primer caso en Brasil, el primero en América Latina. Solo es cuestión de tiempo para que el microorganismo comience a circular en nuestra población; es muy poco probable que terminemos inmunes a este virus frente al cual todavía no se cuenta con una vacuna oficialmente aprobada. Hablamos de un virus que en tres meses contagió a unas 80 mil personas en todo el mundo y provocó la muerte de más de 2.700.

Frente a esta situación, la reacción natural podría ser la desesperación, pero ello no sería razonable. De hecho en nuestro país ya se habla de una cierta escasez de tapabocas. La prevención es algo bueno, pero de ahí a caer en una sicosis, no tendría sentido y provocaría graves daños.

Se trata de una nueva enfermedad que la humanidad debe enfrentar y no hay otra opción más que prepararse.

La senadora Esperanza Martínez –ex ministra de Salud– opinó que a pesar de los esfuerzos que se realicen desde el Ministerio de Salud, ante una eventual pandemia de coronavirus, el sistema de salud no está listo para enfrentar una situación de este tipo. Y podría tener razón, teniendo en cuenta las precariedades existentes en este campo en nuestro país. Sin embargo, eso no se podría afirmar o darlo por seguro; son muchos los factores intervinientes y variadas las formas en que podría desarrollarse esta epidemia.

Por ello, lo apropiado es que el Estado tome con seriedad todas las medidas que esté a su alcance; que no escatime recursos financieros ni humanos para cumplir con las recomendaciones internacionales de prevención y contención.

Cumplir con las reglas sanitarias, evitando las flexibilidades propias de nuestra cultura del “así nomás ya”. En la medida que las autoridades locales tomen con seriedad la situación, menor será el impacto, algo que tristemente parece no aplicarse ante la ya “tradicional” epidemia del dengue, que tantas muertes ha provocado en nuestro país.

Esto implica la provisión de insumos y medicamentos, con antelación; adquisición de equipamiento, espacios especialmente destinados para estos casos, sistemas de control y monitoreo de casos, mecanismos de aislamiento y acompañamiento, sistemas de información para la población, etc. Ojalá que esto se tome con la debida seriedad, para así esperar una mayor protección de la población, sobre todo de aquella más vulnerable.

Por otro lado, ante esta situación hay también un compromiso individual y colectivo que debe asumirse, como la necesidad de adquirir prácticas higiénicas y de prevención personales.

Pero quizás uno de los principales reclamos que plantea una epidemia de este tipo es el de asumir lo que somos como humanidad; frágiles y necesitados unos de otros; impotentes ante el ataque de un microbio invisible.

Como bien lo señala Charles Maung Bo, arzobispo de Yangon y presidente de la Federación de Conferencias Episcopales Asiáticas (FABC), en una carta sobre la emergencia sanitaria.

“Si bien la respuesta a la emergencia debe darse a alto nivel, es necesario dar lugar a una seria introspección a varios niveles, hasta el significado y destino final de la vida humana (...). La pandemia de desastres y virus recuerda periódicamente a la humanidad que todos tenemos solo un planeta o nos mantenemos unidos o nos arriesgamos a capitular. Hay que aprender las lecciones, trascendiendo los intereses particulares”, apunta Bo.

Esta epidemia mundial nos lleva a “chocar” con la realidad de una condición humana frágil; una que debe reconocer que por más que conviva entre la más alta tecnología y los descubrimientos científicos nunca antes pensados, siempre será necesitada, incapaz de tenerlo todo bajo control y con la urgencia inevitable de un sentido y significado ante los imprevistos de la historia.

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