El nacionalismo exacerbado emerge siempre cuando hay riesgos que acechan a un Estado y debe encontrarse el chivo expiatorio ideal para descargar la furia. Aparece así el inmigrante como epicentro de todos males.
La evolución del chauvinismo (patriotismo exagerado) indica que seudolíderes enarbolan recurrentemente la bandera de “superioridad” frente a las minorías en un territorio.
La simiente crece hacia el engranaje social y explota cuando hay más desesperanza general. Así, se echa la culpa y el odio hacia el extraño; mientras se rumia la desilusión frente a un escenario cada vez más excluyente, porque el sistema socioeconómico así lo impone.
En los últimos movimientos migratorios desgarradores, millones de refugiados y desplazados de Siria, Irak o Afganistán debieron elegir entre un mundo distinto e incierto, o acabar sus días entre persecuciones y fatalidad.
Antes de que el famoso muro propiciado por el flamante mandatario norteamericano Donald Trump se instalara en el debate, ya se erigieron barreras intangibles en el Viejo Continente, al momento de restringir mayor llegada de refugiados, y generando a la par movimientos ultranacionalistas, que siempre propugnan la expulsión y/o deportación de los que llegan “sin ser invitados”.
Buscar la culpabilidad total de una crisis socioeconómica en las poblaciones incorporadas es solo emparchar la situación, cuando que los grandes inconvenientes de corrupción y degradación social están enmarcados en complejas redes que hasta se pierden en hechos muy pretéritos. Es cierto que Trump busca resurgir su alicaída industria, y también que los capitales puedan llegar con más intensidad a su país, pero la señal que afecta a comunidades enteras es la del temor, ya que al infundir miedo con amenazas de deportación a indocumentados, se libera un aire enrarecido en el que los latinos y otras nacionalidades se sentirán indefectiblemente perseguidos.
Más cerca de nosotros, en el Río de la Plata, se anunció también que “toda persona extranjera que cometa delitos va a tener un trámite rápido de expulsión”, según reza un decreto del presidente argentino Mauricio Macri, que se presta a interpretaciones, atendiendo a la gran masa de extranjeros (paraguayos, bolivianos, peruanos), siempre en la mira de los xenófobos a la hora de la culpa fácil. La delincuencia no conoce de nacionalidades, pero la crispación social ejerce mucha fuerza a la hora de analizar racional y objetivamente un fenómeno. Más fácil resulta, entonces, reivindicar el chauvinismo y encontrar culpables en la etnia extraña.