En el relato del capítulo 16 del Evangelio de san Lucas, que es el correspondiente a este domingo, se presenta un personaje con un perfil que resultaba especialmente antipático a las gentes sencillas de Galilea o Judea: un gran terrateniente que vivía al margen de la gestión diaria de sus posesiones, y que había dejado a un hombre de su confianza con la responsabilidad de gestionarlas. De ordinario este era quien tenía un trato diario y más personal tanto con los trabajadores del campo, como con los mayoristas que adquirían sus productos para luego venderlos por los pueblos. Con frecuencia podría estar en una situación incómoda, sin atreverse a contristar a su amo, aunque sus directrices para el trabajo no fueran justas, por una parte, y contemplando las estrecheces de la gente sencilla para sobrevivir, por otra.
Por lo que aquí se cuenta, se podría interpretar que este administrador tenía unos enemigos que, para quitárselo de en medio, se dirigieron a su amo acusándolo “de malversar la hacienda”. El dueño, por su parte, puede que fuese imprudente por fiarse de los delatores, y llamó directamente a su administrador para pedirle rendición de cuentas, con la decisión tomada de que ya no podría seguir administrando. Parece que se decidió a removerlo de su cargo sin esperar a comprobar si eran ciertas las acusaciones.
Los oyentes de Jesús, al oír al Maestro, tal vez se pusieran inconscientemente de parte del administrador, y más al escuchar el modo en que reaccionó. Fue llamando a los deudores, proponiéndoles cambiar el recibo donde se establecía su deuda, esto es, el precio global que debía pagar en su momento por lo que habían recibido en préstamo. En ese precio se incluía la cantidad prestada, pero con frecuencia se sumaban también de modo abusivo unos intereses, a pesar de que en la legislación bíblica estaba prohibido hacerlo, según se establece en el libro del Éxodo.
Cuando el administrador les propone fijar en los nuevos recibos solo la cantidad que habían prestado, sin los intereses desmesurados que el propietario les había impuesto (en un caso del 100%, y en el otro del 25%), se sentirían, sin duda aliviados, y verían en la infidelidad del administrador respecto a su amo una muestra de honradez, que le abría a ese hombre la puerta para unas buenas relaciones en el futuro, basadas en la confianza de su justicia.
El administrador, siendo infiel a su amo, se hace amigos con las riquezas “injustas” (las que injustamente su patrón quería obtener con la usura). Jesús da por supuesto que no merece alabanza todo su comportamiento, pero lo pone como modelo de inteligencia y sagacidad en la gestión de situaciones complicadas, en un ambiente corrupto. Enseña así a sus oyentes que, para llegar a las “moradas eternas”, a la gloria del cielo, cuando se vive en el mundo real, muchas veces injusto, se requiere prudencia, astucia y actuar con rectitud.
Dice el papa Francisco que, con esta narración, Jesús “nos lleva a reflexionar sobre dos estilos de vida contrapuestos: el mundano y el del Evangelio. La mundanidad se manifiesta con actitudes de corrupción, de engaño, de abuso (…). En cambio el espíritu del Evangelio requiere un estilo de vida serio –¡serio pero alegre, lleno de alegría!–, serio y de duro trabajo, basado en la honestidad, en la certeza, en el respeto de los demás.
(Frases de https://opusdei.org/ es-es/gospel/2022-09-18/).