Paraguay despide el 2021 con menos de la mitad de la población vacunada (40%) y casi 17.000 muertos.
En materia económica cierra un año con recuperación discreta y vaticinios de crecimiento estimado en 4%, pero con una preocupante deuda pública (35% del PIB) y la precarización social como consecuencia de la pandemia.
En materia política, el electoralismo se ha apoderado del escenario, especialmente el Partido Colorado, que impacta en la marcha del Gobierno con la consecuente paralización de cualquier proyecto a largo plazo. Es tiempo de toma y daca, debilitando aún más la gestión de Mario Abdo Benítez que requerirá del voto de Honor Colorado para cualquier plan gubernamental, especialmente las obras públicas, en las que concentró toda su gestión.
Un escenario complicado para un 2022 netamente electoral en medio de una pandemia que no cesa, con una sociedad agotada y desconcertada aún y que impacta en todos los órdenes de la vida.
ANR. En el partido de Gobierno, las cartas están echadas. En la carrera presidencial destacan dos movimientos/figuras: el cartismo versus el oficialismo. Horacio Cartes repite su apuesta con Santiago Peña como candidato presidencial y por el oficialismo se presenta el vicepresidente Hugo Velázquez. Ambos tienen sus fortalezas, pero destacan más sus puntos débiles.
El talón de Aquiles de Peña es su fragilidad y el excesivo protagonismo de Cartes, amo y señor de Honor Colorado. El ex ministro no aprovechó estos años para convertirse en un dirigente independiente y por comodidad o imposibilidad ratificó su dependencia política y económica del tabacalero. Es decir, la fortaleza de la fortuna de Cartes, que puede resolver todo con la billetera, debilita su figura dejándolo en un segundo plano.
Pero además tiene otros problemas. Él pretende irradiar su juventud como contracara de los vicios colorados, el técnico que llevará a otro nivel el país. Pero no puede hacerlo. Ni siquiera puede sostener un discurso anticorrupción porque Cartes, aparte de cargar con el estigma González Daher cuyos negocios execrables protegió siendo presidente de la República, lo sigue haciendo con gestiones cuestionadas, como la de los gobernadores de Central y Amambay, el intendente de Asunción y otros que buscan su cobijo porque maneja el Ministerio Público y parte de la Justicia. El aura del joven ex ministro de Hacienda que brillaba en el 2017 se devaluó con el tiempo. ¿Podrá separar su candidatura del peso muerto de un liderazgo autoritario, cuya principal característica es comprar todo a su paso?
La candidatura de Velázquez tiene varios flancos que podrían ser aprovechados por el cartismo, pero no puede. Por un lado, el vicepresidente representa lo más tradicional de la cultura colorada basada en el prebendarismo y el clientelismo. El Estado patrimonial en su máxima expresión. Una de las principales razones de la derrota del cartismo en el 2017 fue porque cortó el cordón umbilical de la dirigencia de base con las mieles del Estado. Si la ascensión de Marito significó la retoma del poder de las bases más tradicionales, ahora que están al frente de la administración, ¿por qué volverían con Cartes? Este es un flanco que puede ser atacado en campaña presidencial, pero Peña no puede usar este argumento contra Velázquez porque en la ANR la corrupción no es mala palabra y la impunidad es símbolo de poder.
Velázquez tiene un pasado oscuro y una fortuna que no podría justificar ante un tribunal imparcial, pero Peña está atado de manos para atacarlo porque su movimiento no está exento de personajes similares; es decir, ninguno de ellos puede criticar la corrupción del otro.
Además, el vicepresidente carga la pesada cruz del Gobierno. Hasta hoy, ningún candidato oficialista ha ganado las internas republicanas. ¿Podrá romper ese hechizo?
Quizá por esa debilidad de su candidato, Cartes aceptó ser candidato a presidente de la Junta de Gobierno, que se elegirá en forma simultánea con la interna presidencial. De esta manera entrará a la campaña en primera persona y será la figura principal para disputar el escenario a Velázquez con su poderío económico y mediático. Está por verse si Mario Abdo aceptará ser candidato a la ANR. La pregunta es si cometerá el mismo error que Nicanor Duarte Frutos, que por querer acaparar cargos provocó la histórica derrota colorada en el 2008.
Por todo esto no hay propuestas claras ni discursos contundentes en ninguno de los bandos, sino meros ataques personales. En el 2017 al menos la confrontación era autoritarismo versus institucionalidad. Hoy el debate es quién es “más colorado” con toda la carga no-institucional que implica eso, el discurso se ha reducido a satisfacer solamente las demandas republicanas.
No hay sorpresas ni candidatos disruptivos.
La interna colorada es un exasperante déjà vu.
OPOSICIÓN. Concertación es la palabra que se repite como mantra, como si la reiteración obrará el milagro de la unidad en la diversidad. La mesa de partidos de oposición se agitó días pasados con la incorporación de Patria Querida, rechazada de plano por sectores progresistas porque “es la ultraderecha” y “satélite del cartismo”.
El año cierra con esa controversia, pero el calendario apremia y deberán resolver sus conflictos con mucha dosis de pragmatismo.
El menú de candidatos es amplio, pero nada está definido. En la mesa de presidentes tiene fuerte influencia Efraín Alegre, pero su debilidad es la inmanejable interna liberal que lastra cualquier intento de concertación. Blas Llano le salió al cruce con la candidatura del desconocido gobernador de Cordillera, Hugo Fleitas, a quien busca fortalecer con el diputado Carlos Rejala como dupla presidencial. La otra figura fuerte es la diputada encuentrista Kattya González, quien definirá en febrero si se postula o no. Hay otras propuestas que suenan más a cartas de negociación, como la de Sixto Pereira, del Frente Guasu, o del diputado Sebastián Villarejo, de PPQ. También revolotean otras candidaturas, como la de Payo Cubas y la del canciller Euclides Acevedo, pero la sensación que sobrevuela es que ninguno satisface y se espera la aparición de una candidatura milagrosa que despierte esperanzas y mueva voluntades.
Más allá del agitado ambiente electoral, Paraguay cierra un año más sin aprender lecciones. En materia de cambios, el 2021 debió ser al menos el año del empuje de la reforma del sistema de salud como resultado de la pandemia, aprovechando el alto consenso social sobre la necesidad de mejorar la salud pública.
Pero una vez más, el país es víctima de la incapacidad paralizante y dañina de la clase dirigente que no es capaz de articular mínimas acciones que beneficien a la población. Una clase política que solo es capaz de ofrecer intercambio de insultos personales como propuestas vacías de quienes pretenden seguir expoliando la nación.
Aunque el año que viene será un déjà vu de los viejos y repetidos vicios políticos y la pandemia seguirá marcando el ritmo del mundo, que el 2022 sea un tiempo reparador y sea la ciudadanía articulada la que marque el rumbo de tiempos mejores.
¡Salud!