“A desalambrar” cantaba el chileno Víctor Jara. Si te molestaba el canto era porque eras un “gringo” o un “dueño de este país”. Era lo que muchos burgueses cantaban en los 70 para justificar su total desinterés en los asuntos del bien común y dejárselo a los “especialistas” de la izquierda trasnochada. Claro, porque es muy tranquilizante, cantar canciones y votar leyes que no nos afecten en lo más mínimo el trabajo, el salario, la propiedad, las escapadas de fines de semana, las vacaciones y el prestigio a nosotros, y que se vean los que son afectados.
Sin embargo, puedo poner las dos manos en el fuego afirmando que jamás este canto ha penetrado en el cancionero campesino ¡ni de lejos! (y soy orgullosa hija y nieta de campesinos)… Porque, la verdad, su eslogan no está hecho para los campesinos, sino para los amigos de las universidades y los citadinos de la política caviar que no saben cómo evadir el bulto ideológico ante su propias indefiniciones, mediocridad y/o complicidad en la corrupción que es la que empobrece y agota a los campesinos de bien, a esos que no se sienten inferiores, ni quieren ser dependientes ni del Estado, ni de los eternos subsidios multimillonarios (que ni se sabe adónde van a parar), ni de los populistas, ni de los invasores profesionales.
Entonces, ¿a qué se debe que esta musiquilla se vuelva a escuchar de tanto en tanto? Pues a que sí existe una necesidad urgente de mirar al campo, de escuchar al campo, de considerar a los ciudadanos del campo. Urgente por lo mucho que significa la tierra para un campesino. Y lo terrible que es ver latifundios improductivos o la explotación de los campesinos por algunos patrones, muchos de ellos políticos que patrocinan las invasiones, los muy hipócritas. Esto existe y es un grito que debe ir directo al cielo. No hay derecho a entorpecer el acceso de los campesinos a la tierra. ¡Pero por la vía institucional!
El desalambrado, que es el guiño ideológico a la invasión de tierras ajenas, no es la solución porque atenta contra la institucionalidad de la república. Atenta contra un bien que el mismo campesino reclama y es el de su derecho a la propiedad privada. Aunque este derecho no es absoluto, pues está en función al bien común de la sociedad (destino universal de los bienes), debe ser respetado y promovido.
¿Hasta cuándo deberemos soportar a esta clase política y esta corrupción titánica que hoy se enmascara de buenismo solidario gua’u? ¡Los campesinos tienen dignidad y valores profundos que debemos conocer, respetar y promover! Hay que redoblar la apuesta por el respeto a la verdad, al sentido común tan propio del campesino, a las instituciones y al bien común como criterios de convivencia o iremos de mal en peor en mano de los populistas de turno. Y el populismo junto con la plaga de la corrupción política y estatal son los que deben ser erradicados para que prospere nuestro heroico campesinado teete.