Señalan que ninguno de los 56 miembros de las Naciones Unidas votó en contra del texto; solo hubo abstenciones. Era la expresión de deseo unánime de abrir un camino de humanización, con menos violencia y más respeto entre los humanos. Como reza el artículo primero: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
Sin embargo, a 72 años de aquella histórica decisión, la Declaración Universal corre peligro, pues son muchas las presiones políticas, económicas e ideológicas que buscan acomodar los principios a intereses particulares. En muchos casos son reinterpretaciones hasta groseras, si se quiere, de los derechos humanos y que son promovidas por organizaciones e instituciones internacionales, con el objetivo violentar valores básicos y elementales como el de la vida humana.
Es el caso de la misma Naciones Unidas o Amnistía Internacional, entre otras, que en diversos ámbitos promueven el asesinato legal de niños y niñas en el vientre materno, apoyando la aprobación de leyes de aborto en los países, afirmando que se trata de un derecho humano, o que su falta es una violación al mismo. Afirmar que la destrucción de seres humanos en el útero de la madre –con pinzas, agujas o pastillas– es un derecho humano es, en el mejor de los casos, una contradicción gravísima, para no hablar de una peligrosa y macabra tergiversación de los principios de la Declaración Universal.
“Las leyes existen, no para causar la muerte, sino para proteger la vida y facilitar la convivencia entre los seres humanos”, recordaba semanas atrás Grabiele Caccia, observador permanente del Estado del Vaticano ante las Naciones Unidas.
Y en este punto, el problema es de fondo, pues esta oleada reinterpretativa se basa en una mentalidad cada vez más extendida que relativiza el valor de la persona en su esencia y dignidad. Por ello, la cuestión clave es entender quién soy yo y, entonces, saber quién es el otro. Está claro que el panorama será distinto si la persona es reconocida con ese valor ontológico, intrínseco, que le corresponde, independientemente de cualquier condición externa que le pueda afectar. “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”, señala el artículo 3 de la Declaración Universal.
Recordando esta fecha, el año pasado, el papa Francisco también llamaba a la reflexión indicando que si no se respeta la sacralidad e inviolabilidad de la persona, no quedan fundamentos para defender estos derechos. ”Si esta convicción cae, no quedan fundamentos sólidos y permanentes para defender los derechos humanos”, subrayó.
Partir de la persona es siempre el desafío; el ser humano individual, con rostro, nombre, con sus cualidades inalienables, esas que no pueden ser eliminadas a pesar del comportamiento malo o bueno que tenga o haya tenido; ni de su origen o estado; si es anciano o joven, sano o enfermo. Aceptar que no tenemos el poder sobre la vida ajena es un desafío para la sociedad.
Y este respeto implica necesariamente impulsar factores de bienestar y desarrollo; promoviendo el acceso cuestiones básicas como alimentación, trabajo, salud, agua potable, educación; la protección de la familia, como elemento fundamental de la sociedad, entre otros puntos.
El reto es fortalecer una educación que reconozca al otro, al semejante, incluyendo al más débil, no como un enemigo, sino como un bien por descubrir, a pesar de los sacrificios que ello pudiera implicar.