Por Benjamín Fernández Bogado
Cuentan la historia de un ex presidente de la república latinoamericano que aconsejaba a su nieto, quien luego llegaría también a serlo, las tres cosas fundamentales en política: “Debes tener inteligencia para rodearte de quienes te ayuden a llegar y, luego, a gobernar; segundo, debes saber escuchar a tu pueblo y tercero... debes acostumbrarte a frecuentar el ambiente prostibulario que rodea a su ejercicio”.
Estas recomendaciones de quien llegó a otro que quería llegar, parecen exudar demasiado pragmatismo y poca ilusión. Las mismas que han llevado a tantos a descreer de la política y a dejarla estancada en un lupanar desde donde algunos y algunas pontifican sobre cualquier asunto que se considere de interés público. Están los que defienden la realidad prostibularia de la política con tal vehemencia, que se han encargado de espantar a cualquiera que –con otros criterios– intentara cambiar las cosas o al menos airear el ambiente degradado donde ella vive.
Quizás como parte de una realidad evolutiva que vive nuestra democracia, este debe ser de los pocos países donde las meretrices han cautivado a la opinión pública con un lenguaje soez, despreciativo e insultante, y han llenado páginas y espacios de los medios en los que el escándalo de sus conductas o de sus opiniones es sinónimo de éxito comercial, aunque viva sumido en la peor de las depresiones que recuerde el Paraguay.
De las recomendaciones del ex mandatario a su nieto se colige que el que ambiciona ingresar a la vida pública, debería tener inteligencia, capacidad y consentimiento a comprender que la vida política es un espacio donde no es suficiente tener las dos primeras virtudes si se carece de la última. El consejero de marras no colocó al tercero de los factores como fundamental, sino que lo hizo en el ánimo de entender con qué “bueyes se aran”, o en qué campos se siembra, y, en especial, cuál es el ambiente que rodea al que pretenda servir a la sociedad.
Desafortunadamente entre nosotros no hemos visto con frecuencia en democracia el ejercicio de las dos primeras virtudes y mucho de lo último, potenciado por el elogio a ese tipo de liderazgo prostibulario, que no repara ni en el degradado discurso del presidente y menos aún en quienes han decidido salir a la calle a vocear su defensa, porque la cuestión es que el negocio siga funcionando como siempre. No es casualidad, por lo tanto, que una reciente “insultada” ocasional, tenga un progenitor envuelto en la más despreciable forma de pornografía: la infantil, ni tampoco que la política en general sea hoy sólo un signo rebajado del ejercicio de las peores formas de degradación humanas. Por eso, nuestros jóvenes no participan en política; por eso, creen que la emancipación no es la del espíritu que razona, sino de la sexualidad que se exhibe en playas o lugares públicos; por eso, el retorno al primitivismo es claramente un signo de decadencia exaltado desde las más altas magistraturas de la República.
Es preciso sacar la política de los prostíbulos, recuperar la razón ante el grito vocinglero de quienes han espantado a los mejores cerebros de este país y han arrastrado al servicio público a sus peores formas de representación. Ellos han copado el ágora pública. El consejero tenía razón en las dos primeras virtudes; en el sentido figurado de lo último, evidentemente, no era una recomendación para tomarla y menos aún vivirla literalmente. ¿Será que la confusión ha sido tan grande que la denominación del funcionario que sirve desde el Estado es hoy de “hombre o mujer públicos”?