19 abr. 2024

De la Luna a la Tierra

Quería que se diera la alternancia política, que el partido que lleva 14 periodos consecutivos de gobierno (salvo por la breve interrupción de Lugo) descendiera saludablemente a la llanura.

OpiniQuería que quien ganara los comicios fuera reconocido inmediatamente por los demás contendientes, que no hubiera la menor duda sobre los resultados; y que, una vez concluido el proceso eleccionario, la agenda mediática se encargara casi exclusivamente de los planes del nuevo gobierno y del debate sobre la pertinencia y factibilidad de cada uno de ellos.

Pero, la realidad es la que es, no la que querríamos que fuera ¿Qué hacemos ahora?

Lo de siempre. Hacer de tripas corazón y buscar construir con lo que tenemos y con quienes tuvieron más votos, nos gusten o no. En eso consiste este juego imperfecto, pero necesario, de la democracia. Necesitamos convencernos de que hay alguna esperanza de cambio, encontrar señales para avivar la exigua llama del optimismo. Abandonarnos a la depresión no es una opción. Nunca.

Lo primero y urgente es dimensionar la única sorpresa de las elecciones, los casi 700 mil votos de Payo Cubas, y encontrarle una salida a las dudas que han sembrado sobre la veracidad de los resultados. Jamás pondría las manos en el fuego por una institución pública; pero, me resulta muy difícil creer que los casi 500 mil votos de diferencia que cosechó Santiago Peña con respecto al candidato de Cruzada Nacional sean producto de un fraude electoral.

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Está claro que Cubas apela al caos para mantener y consolidar su figura. Nunca mintió, es lo que prometió en campaña. Lo que resulta abrumadoramente obvio es que aún con ese discurso anárquico y vacío de propuestas racionales catalizó las broncas y frustraciones de una legión de paraguayos y paraguayas que no creen tener la menor posibilidad de mejorar sus vidas con el modelo democrático. Un cuarto de la gente que votó no cree en la democracia y no tiene el menor interés en preservarla. Terrible.

La segunda preocupación tiene que ver con Peña y sus prioridades. Lo entrevisté el domingo pasado buscando poner énfasis en sus propuestas inmediatas, en los acuerdos necesarios, intentando construir optimismo. Apenas una o dos veces me vi obligado a forzar el debate cuando innecesariamente apeló al verso sobre los presuntos discursos de odio contra su partido, como si la crítica a los resultados catastróficos de casi un siglo de la ANR en el poder fueran las protestas de barras bravas, pura emoción deportiva. Lo peor es que, como parte de su narrativa, no tuvo mejor idea que discutir si la dictadura fue tal o solo una administración con “déficits en derechos humanos”.

Son señales que preocupan. Peña ya no debería entrar en debates como ese, ni debería incurrir en papelones internacionales solo para defender a su mentor político, Horacio Cartes, como cuando respondió al diario más influyente del mundo, el New York Times, que la razón por la que el Gobierno estadounidense sancionó al tabacalero es un misterio tan grande como el de la llegada (o no) del hombre a la Luna. Solo le faltó poner en duda la redondez de la Tierra. Un disparate innecesario.

Peña sabe que el temor de muchos de quienes no le votaron (más del millón y medio) es que él solo sea una marioneta de Cartes, para quien hoy la prioridad lógica es la supervivencia. Y eso supone retomar el control de todas las instituciones públicas que le permitan frustrar cualquier pedido de extradición y recomponer su imperio económico.

Si queremos albergar alguna esperanza de reformas y cambios necesitamos creer que esas no serán las prioridades de Peña, aunque suponga pecar de candidez. Cartes tiene dinero suficiente y un ejercito de operadores políticos y mediáticos para defenderse. Peña solo cuenta con las ganas que tenemos la mayoría de que las cosas se hagan mejor y el brevísimo tiempo de crédito político que ese deseo colectivo le genera. Más le vale dejar de pensar en la Luna y poner los pies en la Tierra.

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