Opinión
Cuando el diálogo es un lujo
El ámbito local viene cargándose cada vez más con voces públicas de insana disidencia, posturas antagónicas, miradas muy distintas y pareceres abiertamente polarizados, en torno a aspectos y fenómenos de la realidad circundante, mediante adalides que bajan línea y se erigen como detentadores de la verdad absoluta. La vida cotidiana y, sobre todo las redes sociales, reflejan perfectamente estas circunstancias.
Este escenario –donde generalmente sobrevuelan las discusiones acaloradas, las descalificaciones más atrevidas y hasta las amenazas– poco y nada aporta al esclarecimiento y la búsqueda de principios y valores que deben acompañar a toda sociedad, y muchas veces toma acción desde un desconocimiento casi absoluto de aristas y elementos coherentes que deben conformar la defensa o el retruque correspondientes.
A más del irrespeto, algunas posturas buscan solamente minar el campo para que el o los eventuales oponentes “pisen el palito” o queden en ridículo, puesto que lo importante no es escuchar o leer opiniones distintas a la de uno y cotejar con raciocinio, sino aprestar la siguiente batería de improperios cuando las argumentaciones no cuadran en la estructura mental propia.
Sumado a lo anterior, suele emerger desde algunos altavoces un cúmulo de conceptos surgidos desde la poca capacidad de interpretación y análisis, puras réplicas de hipótesis ya expuestas por otros o exposición autómata en torno a temas debatidos, y que generan la reacción furibunda de colectivos sociales ofendidos con la disidencia.
El fondo que subyace a estas manifestaciones de una sociedad cada vez más compleja en su engranaje y su modo de pensar, está signado por la casi nula aptitud que le permite a cualquiera brindar su contribución a los foros de discusión, en pos de generar valor y retroalimentar la dialéctica en la que una tesis o postura alcance la confrontación respetuosa con su antítesis o mirada distinta, para llegar a esa síntesis o referencia nueva, que será muchas veces incluso diferente a las primeras dos, pero que beneficie al grupo.
Agreguemos la intolerancia hacia el que considera o visualiza su mundo circundante desde otra/s mirada/s, pero que no tiene intención de resquebrajar el engranaje social ni mucho menos, sino que propone un abanico de circunstancias más empáticas, diversas y distantes de un solo discurso hegemónico, frente al que estuvo acostumbrado el país durante la larga dictadura y continúa con inercia increíblemente sólida.
La falta de mayores espacios en donde escuchar a verdaderos líderes que forjen ideas innovadoras, respetuosas, que dejen algo en la mente del público, la mayor apertura institucional desde ciertos entes públicos que aún permanecen anquilosados en su cuadratura, el fortalecimiento de la diversidad y el foco en la multiculturalidad reinante en el territorio, sumados a un mayor énfasis de la cultura democrática, permitirán alejarnos del “todos contra todos” y de la desconfianza general que lleva al caos.
Se trata, en definitiva, de consolidar una sociedad más empática, constructiva, donde todos puedan hacer escuchar su voz e impere la razón frente al grito desaforado e insulso. Solo así saldremos adelante, superando incluso el estrés por aquellas voces únicas y con ínfulas de impolutas.
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